jueves, 7 de diciembre de 2017
Cada día me siento más inclinado a la literatura testimonial. Me acerco a los dietarios antes que a las memorias, a las memorias antes
que a las autobiografías, a las autobiografías antes que a las
biografías. Cualquier novela (hablo sobre todo de los eventos editoriales) me provoca desde la portada una infinita pereza, y los volúmenes de versos, si es que ganan mi interés y los hojeo, rara vez me contagian algún atisbo de lo que en ellos busco. Solo me apetece leer lo que otros (antiguos y modernos, y no cualquier advenedizo) escribieron o escriben sobre sí mismos, sus observaciones y reflexiones cotidianas, sus verdades reales o fingidas, sea desde la espontaneidad del apunte fragmentario o desde la perspectiva serena de los años vencidos. Relaja indagar los códigos de la frustración, abonarse más pronto que tarde al aprendizaje del fracaso.
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