lunes, 4 de diciembre de 2017

Se ha metido el frío, por fin. Las calles de la tarde están menos frecuentadas.
En el expositor, un libro nuevo, voluminoso, recién sacado del horno de la imprenta. Son las cartas que Miguel Espinosa escribió durante casi tres décadas a Mercedes Rodríguez, su Azenaia literaria, su musa.
Hubiera entrado al cine, pero ya ha bajado del cartel el título que me atraía por sí mismo, por su enorme caudal de sugerencias: La librería de Isabel Coixet. No he leído críticas de la película, nadie me la ha recomendado ni desaconsejado, no sé nada del guion.
Vuelvo callejeando, con la brújula oscilante, pensando que a menudo he sentido inclinación por los argumentos y las tramas que se ambientan en una librería o en una biblioteca. Las bibliotecas y las librerías albergan un potencial erótico, para mí, muy superior al de una discoteca o al de cualquier otro refugio para el ocio.
La luna de este lunes, redonda, inmensa, se postula a baja altura, como si posara para esa fotografía eterna en la que siempre es protagonista.
He vuelto con los pómulos fríos.

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