jueves, 14 de diciembre de 2017

Mis vecinos de planta han retirado la bandera del balcón y han puesto un cableado de bombillas multicolores, intermitentes, cuyo ingenio se activa al atardecer y no sé hasta qué hora de la madrugada se prolonga. Debajo, como si progresaran por una escala, penden tres muñecos que han de representar a los tres reyes magos de la tradición cristiana, tres figuras que se eternizan en su esforzado ascenso día tras día y noche tras noche, acaso hasta el prometido amanecer del seis de enero.
Entre tanto, ignoro el destino de esa bandera, no sé si la habrán hecho jirones para limpiar el polvo, si la habrán doblado en un armario con bolitas de naftalina o si la habrán echado a lavar después de tanta intemperie; me intriga, además, si transcurridos los fastos navideños se acordarán de devolverla a su torreón de privilegio, pregonando a los cuatro vientos su orgullo rojigualdo. 

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