sábado, 30 de diciembre de 2017

No hay dietario que no se brinde con cierta periodicidad, a modo de pulso íntimo o de balance de cierre, la oportunidad de escribir sobre sí mismo. Al nuestro le es propicia la fecha de hoy, por ser el día que es y porque me pasé varias horas de la tarde terminando de volcar en un archivo los textos de todo el año, barriendo migajas sin trascendencia y uniformando lo que todavía tolero desde un criterio que ya se sueña de papel. Han sido, al cabo, más de trescientas notas o apuntes robadas al sueño o a la lectura, reflexiones de toda índole que casi había olvidado, arrebatos del ánimo y ocurrencias intrépidas y miserias cotidianas que ahora conviven en unos cien folios bien apretaditos. A falta de mejor cosecha -en este 2017 apenas dejo siete haykus, la mayoría irrelevantes, y cinco poemas, entre ellos el dedicado a mi hijo Federico; ningún relato que me convenza; ninguna novela definitivamente revisada-, la existencia tozuda de este diario abierto y su inmediatez pública se ha convertido en el amable envés de mis frustraciones creativas, un bonito sustituto de todo cuanto quiero y no puedo, asumida mi incapacidad para emprender y sostener objetivos más ambiciosos. Hoy me sé, si no orgulloso, sí al menos satisfecho.

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