jueves, 2 de noviembre de 2017

Frente a la corriente misógina -tan extendida en las historias de la literatura-, observo también, en autores muy señalados, una condescendencia exagerada hacia las bondades del otro sexo, lo cual tal vez resulte argumentalmente rentable. Véase el ejemplo de José Saramago -una de mis confesas debilidades-, el trato que en sus novelas brinda al personaje femenino, de la Blimunda del Memorial a la Lidia que acompaña a Ricardo Reis o a la María Sara de su Historia del cerco de Lisboa. Y cómo no mencionar la Magdalena del Evangelio. O la otra sin nombre que sin embargo presta sus ojos al mundo en plena epidemia de ceguera. O Marta, la entrañable hija del alfarero de La caverna. Y cuántas más...

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