martes, 17 de octubre de 2017

Pienso a veces que si el cuerpo necesita una tregua, él solito se las ingenia para encontrarla, sea en forma de una pierna rota o de una lumbalgia sin aviso ni precedente. El reposo en cama permite la lectura, aunque sea en dosis cortas que duran dos o tres páginas, porque el estatismo horizontal cansa los miembros y obliga a cambiar de lado o a entornar los ojos o a mirar el paisaje fijo tras la ventana.
Ayer -no hay mal que por bien no venga- conseguí leerme "El lugar de la literatura en la educación", de Lázaro Carreter, que llevo posponiendo años. Sorprende la clarividencia, el análisis y el diagnóstico de un descrédito al parecer irreversible, pues el discurso, con hechuras de conferencia, sirve de prólogo a un compendio muy surtido y de alto prestigio -colaboran especialistas de la talla de E. Alarcos, M. Alvar, Baquero Goyanes, J. M. Blecua, Laín Entralgo, R. Lapesa, M. Mayoral, Gregorio Salvador o Zamora Vicente- que, sobre el comentario de textos, editó Castalia en el remoto 1973.
Articulado en doce secciones, en la quinta cita un trabajo del profesor norteamericano L. Kampf donde acusa a sus colegas de haberse burocratizado, pues para ellos enseñar literatura ha dejado de ser una misión para convertirse en un oficio; en la sexta se refiere Lázaro a la irrupción de "la era técnica" y al impacto nefasto que el consumismo tiene y tendrá sobre la docencia de las humanidades; en la séptima suscribe las palabras del inglés Colin Falk sobre los efectos alienantes de una civilización tecnificada, y plantea la necesidad moral de que el profesor de humanidades defraude las esperanzas que el Estado y buena parte de los ciudadanos ponen en él: uno ha de elegir entre insertar a sus alumnos en la sociedad actual o educarlos contra ella, y, si es honesto, la única opción posible es combatir la sociedad técnica, conflicto que no se establece contra la ciencia misma como "preclara manifestación del espíritu humano", sino contra el ciego y deshumanizante puesto que se le está atribuyendo en la jerarquía de los valores.
Frente a la transmisión historicista de contenidos literarios clásicos -más aún, frente a las nuevas cosignas utilitarias que privilegian los estudios de Lengua-, el bueno de Lázaro defiende la Literatura en tanto que explicación de textos -esto es, el comentario-, sustituyendo en los alumnos la beata admiración por el ejercicio de la crítica: "La Explicación de Textos tiene que habituar a los alumnos a entender y a disentir, lo que equivale a consentir con plena responsabilidad".
Y concluye de esta guisa: "A través de la discusión de los textos, de una lucha a brazo partido con ellos, [el profesor] estará inculcando a los futuros adultos las virtudes del examen crítico, de la desconfianza ante lo evidente, del asentimiento o la disensión conscientes. Estará, sencillamente, educándolos para la democracia, para la razón como única fórmula persuasiva, para la participación indiscriminada en una cultura no alienante, la cual no puede destruirse para regresar a la prehistoria, ni dejarse de lado porque estorba para la eficacia técnica, ni ahogarse para que pueda sobrevivir el modelo antihumano del hombre consumidor. Una cultura, en suma, como dice Kampf, que satisfaga el instintivo deseo humano de verdad, bondad y belleza".
Releo y subrayo: "modelo antihumano del hombre consumidor". ¡Ahí es nada...!

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