viernes, 6 de octubre de 2017

Ayer, en clase, les presenté La metamorfosis de Kafka. Con el paso de los cursos, he acabado asumiendo como cuestión personal el que mis alumnos no se marchen del instituto sin haber manejado esta novelita que tanto juego da para hablar de tantas cosas: del rechazo, del odio al diferente, del sentimiento de culpa, de la deshumanización progresiva, de la vergüenza social, de la tolerancia y la empatía, de la verdad de la ficción. Partiendo de la fórmula "¿y si de repente sucede lo inverosímil, lo increíble, lo que no puede ser?", el autor de Praga construyó una metáfora donde el personaje sale del sueño para ingresar en la pesadilla de su día a día. No contento, sirviéndome de la secuela kafkiana de Saramago, les instigué a que repararan en estos supuestos: ¿y si de pronto, por una especie de epidemia, todas las personas se van quedando ciegas?; ¿y si de la noche a la mañana nadie se muere en un país y todos los ciudadanos siguen envejeciendo y acumulando males? Entonces, al mirar desde la ventana que da a las vías y a las controvertidas labores que aislarán aún más el barrio, se me ocurrió arrojarlos a un reto que no había previsto, pero que ha de resultarles próximo: "Cuando una mañana me desperté, tras un sueño apacible, vi que durante la noche habían levantado alrededor de mi casa un muro de hormigón de cinco metros y que lo custodiaban dos docenas de policías armados". Punto y aparte. Continuadlo.

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