domingo, 8 de octubre de 2017

Ay los eslóganes: leo por ahí que ahora debo mostrarme orgulloso de ser español.
¿Es lo mismo identidad que pertenencia? ¿Se puede apelar desde las altas esferas del Estado a la intimidad de las pasiones, se puede jugar a provocarlas y agitarlas como si estuvieran contenidas en el cifrado del ADN? ¿Quién puede creer, en este mundo de locos, que ondeando una bandera que proclama la fortaleza de su orgullo tenderá algún puente a la reconciliación y al entendimiento con quienes, quizá con similar orgullo, ondean la suya propia desde la obstinación por desgajarse y desligarse de aquella? ¿No nos damos cuenta de que las mismas banderas que unen son asimismo las que excluyen, las que levantan las barreras y los muros?
Pues claro; claro que todo está medido y bien medido, atado y bien atado. Entre el orgullo y la arrogancia discurren la vanidad y el desafío, y qué difícil es diferenciar los unos de las otras.

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