martes, 28 de enero de 2014

A TAL PUNTO

Un escritor nunca duerme. Había trabajado toda la tarde en la revisión de un par de páginas del primer capítulo, que es de los que más me atormentan por su hermetismo y por las concesiones parvularias que ha tiempo tallaron su prosa. Estaba satisfecho del ejercicio de cincel, siempre enfocado a limar determinadas aristas verbales y a censurar las temidas asonancias, pero sobre todo me fortalecía mi pulso firme a la hora de quitar adjetivos, de eliminar oraciones íntegras e incluso breves pasajes que hoy juzgo postizos e irrelevantes. Cenamos y luego pusimos una de las adaptaciones de Madame Bovary, en concreto la de 1949 de Vincente Minnelli: algo impetuosa quizá, pero con la novedad de ese marco en que el propio Flaubert (James Mason) sube al estrado en pleno juicio y, defendiéndola de las acusaciones, nos cuenta la historia, traduce en imágenes su novela. Me despierta la madrugada, tengo sed. En el camino de ida y vuelta a la cocina se me revela lo que no acerté a interceptar en toda la tarde, tantas horas atento a los signos de la pantalla del ordenador: ¡joder!, he usado el gris dos veces, en el mismo párrafo, una para dar color a los empastes de Michela cuando ríe con la boca abierta y otra para aderezar la gorra de lana que luce Claudia. Los empastes solo pueden ser grises; la gorra, en cambio… Lo anoté a tientas y lo he subsanado hace un rato. A tal punto alcanza el celo del estilo, el imperio de la forma, su servidumbre neurótica.

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