sábado, 18 de enero de 2014

BLOGS DE ESCRITORES

Recientemente, en un encuentro público con lectores, se me invitó a opinar sobre los blogs literarios, o más bien sobre los blogs que alimentan (y alimentamos) algunos escritores. Sin desdecirme de lo que improvisé entonces, a bote pronto, he seguido rumiándolo y creo que ya puedo expresar algo muy parecido a lo que pensaba y aún pienso, pero de una forma más pausada y enriquecida de matices.
Como en casi todo lo que tocamos, un blog conlleva sus pros y sus contras; que la balanza se incline del lado de aquellos o de estos dependerá tan solo de las soberanas pretensiones del autor, quien habrá de definir muy bien el espacio que la tarea ocupa en su proceso creativo y la parte de su tiempo que está dispuesto a dedicarle. A tal punto que, según lo entiendo, el gran peligro no es otro que obsesionarse con la causa y volcar demasiada energía en trivialidades de bajo alcance literario, sea equivocando la intención de origen, extraviando el horizonte o, en suma, sucumbiendo a la dispersión de objetivos, todo ello a cambio de la autocomplacencia momentánea o del reñido halago de un lector esporádico.
Sin embargo, el blog también se impone como un maravilloso instrumento de accesibilidad democrática. Cualquiera puede abrir su ventana y arrojar a la red global su sucesivo mensaje en la botella y alentar la remota expectativa de un espíritu cómplice, y cualquiera encontrará o no el eco exacto que su certidumbre necesita para sentirse vivo, para saberse actual, para no derrumbarse del todo en el delirio de tantas soledades, para mostrarse y vindicarse y publicitarse legítimamente junto a su obra.
A mí, el blog me exige ejercitarme casi a diario con lo que más me gusta, que es escribir. El blog me mantiene despierto, vigilante, al acecho, y gracias a él halla su molde el imperioso cauce fragmentario del que en otros tiempos se nutrían los secretísimos dietarios póstumos. El blog, además, rehén de la divulgación inmediata, me obliga a rematar cada pieza en un tiempo límite, sin regodeos ni concesiones a ese afán perfeccionista que tanto me exaspera a veces y que a la postre se traduce en paradójico cáncer para el estilo.
A menudo imagino que alguien sin rostro, desde un lugar indefinido, se cruza por casualidad con esta página y comienza a leerla sin otro reclamo ni otra fe ni otra fortaleza que los signos depositados en la pantalla. Y que le gusta. Y que al día siguiente repite. Y que poco a poco se convierte en un asiduo. Si a mí me ha sucedido con unos pocos blogs, ¿por qué no habría de sucederles con el mío a unos pocos lectores? Dime, ¿es tuyo el rostro que convoca esta noche?

4 comentarios:

Juan Ballester dijo...

Si

Anónimo dijo...

Querido Pedro, es siempre un placer leer tus reflexiones... nada que objetar! Un abrazo.

Anónimo dijo...

Así ha sido en mi caso.
Con frecuencia me asomo a esta ventana desde que un día la descubrí y me gustó.

Pedro López Martínez dijo...

Gracias, Anónimo, por asomarte a esta ventana.
Otro abrazo para ti, amigo Kosta; el placer es viceverso.
Sí, Juan, sabía que estabas ahí.

Ahora entiendo que a los tres os intuyo cada vez que poso la yema en la tecla "publicar".

Salud!