viernes, 10 de enero de 2014

ESE ES MI NIETO

Estábamos en la terraza del Ipanema. Comentó que preparaba el catálogo para la exposición de un ilustre pintor de la ciudad, que había pensado adornarlo con breves textos escritos adrede por varios poetas de por aquí y que en efecto contaba con mi talento. Objeté honestamente que para inspirarme tal vez debía conocer la obra, o al menos una muestra de ella, pero sus ojos vidriosos me fulminaron antes de zanjar que ya no había tiempo y que me imaginase paisajes con el desierto de fondo, llenos de luz y de color, y figuras humanas en las callejuelas de algún poblado del Líbano o de Egipto. Entonces yo, fingiendo ese punto de arrogancia poética que solo entienden el alcohol y la noche, garabateé mis versos en el papel de servilleta que dispensaba el Ipanema. A las pocas semanas, él mismo me convocó para acudir al acto inaugural y de paso presentarme al pintor, que por cierto había quedado contentísimo con el catálogo y con los poemillas que acompañaban a sus cuadros. José María Falgas nos llevó después a cenar a la Plaza de las Flores, discurrió con vehemencia sobre ciertos avatares de su vida y marcó distancias entre el arte de la pintura y el oficio de retratista. Al respecto, añadió algo que se instaló en mi memoria y que ahora transcribo: todo el mérito y la satisfacción de un retrato reside en que el abuelo que lo encarga y lo financia vea en él, inmediatamente, a la nieta o al nieto; una pincelada más y ya podemos hablar de arte.  

2 comentarios:

Juan Ballester dijo...

Eso está bien, pero el problema es que a veces ves a tu abuelo en un retrato que te han hecho, o simplemente a otro que pudiste ser y no fuiste. O sea, que al final en un retrato sólo aparece el retratista.

Pedro López Martínez dijo...

Interesante guiño velazquiano el que acabas de aportar (lo digo por Las Meninas, claro).

Salud!