miércoles, 3 de mayo de 2017

Observo dos maneras de leer (de leer novelas, sobre todo) y por lo tanto dos grupos de lectores. La lectura ingenua, primitiva, originaria, es aquella que satisface el gusto o muestra el disgusto sin condescender a nada más, mientras que la lectura viciada, seudoprofesional, es la propia de quien empatiza con la autoría (probablemente otro autor) y discrimina su decálogo de hallazgos y errores. La primera es espontánea, natural, y por lo mismo escasamente compasiva en sus juicios; la segunda explora las vísceras del texto y coteja la dificultad del empeño, los logros últimos, como si todo se redujera a un desafío técnico. La primera solo atiende a la recepción desde la recepción; la segunda se somete a la complejidad del proyecto desde la perspectiva del emisor.
Recién lo escribo me doy cuenta de que esta clasificación, al menos en parte, ya la apuntó Julio Cortázar cuando habló de lector-macho y lector-hembra. Pero solo en parte.

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