sábado, 6 de mayo de 2017

A los diarios de escritores -que serán leídos preferentemente por otros que quisieran serlo o que no saben que lo son- se les exige un efecto balsámico, catártico; de ahí que la mayor parte de ellos -pienso sobre todo en Kafka, y un poco también en Ribeyro; en Pavese, aquí, pienso menos- se sustentan en las dificultades cotidianas para hacer una obra y, a menudo, en la frustración por no haber encontrado siquiera el camino. A los diarios de escritores, antes que el entusiasmo o la autocomplacencia, les cae mejor una cierta dosis de derrotismo, que el protagonista se lama las heridas y se solace en el fango del fracaso.

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