domingo, 5 de febrero de 2017

La tarde cae detrás de la ventana con la sordidez de un domingo ventoso de febrero. Los focos del alumbrado urbano y los de los automóviles que bajan la carretera del puerto no hieren todavía; al principio se difuminan y luego, poco a poco, se imponen sobre esa luz transitoria entre el día y la noche. He visto en la pantalla del televisor la imagen fugaz de un hombre que tomaba en brazos a su bebé, gracias a la suspensión judicial del veto migratorio, en el área de llegada de un aeropuerto de USA. Más cerca, a pocos kilómetros de aquí, intuyo a cinco madres y cinco padres que empiezan a acostumbrarse a la ausencia definitiva de esos hijos que no volverán de su noche de sábado, al desgarro indecible y seguramente interminable en que algún azar ha convertido sus vidas. Cae la tarde sin remisión, ajena a cualquier gesto, desapasionada y generosa en su dibujo de nubes violáceas sobre el recorte de la montaña. 

1 comentario:

Juan Ballester dijo...

Sin comentarios. Precioso escrito.