viernes, 2 de noviembre de 2018

El insomnio: la conciencia dando vueltas, centrifugando, como el tambor de una lavadora en el ecuador de la noche.
Hace más de un mes que pasé por aquí sin saber que no volvería a pasar en más de un mes, paréntesis que se ha ido estirando impremeditadamente, casi al mismo ritmo en que crecía mi barba cana impremeditada.
Helena se fue a la región de la Toscana, a Carrara la del mármol, con sus veinte añitos y una beca por disfrutar. Más lejos aún, en la insondable lógica de su desvarío inmemorial, mi madre examina el rostro de mi padre y lo reconoce por momentos, sorprendida de que vuelva a ser él y no esté muerto como le habían dicho, y soy testigo de cómo se buscan en un abrazo y de cómo él deposita en su mejilla media docena de besos que resumen toda una vida.
Entre tanto, a Federico, el mayor de mis hijos, ya lo miro desde abajo, inclinando un poco la cerviz y mi orgullo intransferible, con la inútil certeza de que más pronto que tarde se marchará también, o de que ya se me está yendo desde hace un buen rato; el pequeño Darío, en cambio, se adhiere a mi día y casi a cada instante de mi día enhebrando entre nosotros una dependencia mutua, como si sus breves ausencias se hubieran adueñado de mi tiempo sin él, como si me extrañara de no hallarlo siempre al alcance de mi vista.
La vida pasa a una velocidad endiablada, engulle las horas sucesivas con un vértigo que ni siquiera yo, desde mi antigua y fenomenal atalaya anticipatoria, supe prever.  

1 comentario:

Alejorro Rosa dijo...

Que bien que fluyan otra vez tus retales!!!!