jueves, 22 de noviembre de 2018

Miro el televisor con escepticismo creciente, con mirada interina, sin apenas vocación. Cuando al fin me siento en el sofá, o ya ha empezado una película o la veo empezar sabiendo que no me interesará hasta el desenlace, que no aguantaré casi dos horas de atención sostenida, que tal vez la inercia de mi mano mudará de canal, uno tras otro, hasta completar dos o más vueltas al circuito. Ahora podría estar leyendo un buen libro, o librando mi secreta batalla con un poema que intuí en verano y del que no he enhebrado más de media docena de versos. Pero sigo aquí, mirando aquello y escribiendo esto, suscrito a pensamientos fugaces, con ligero remordimiento por no haberme sometido a algún plazo eludible en el trabajo, planeando los eventos sociofamiliares para el sábado y el domingo, sopesando la oportunidad de un permiso sin sueldo en los próximos meses, esperando una señal que me guíe hasta la cama, extrañando a mi hija.

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