lunes, 28 de mayo de 2018

Cita inesperada con una decena de textos reunidos por su autor, Emilio Lledó, bajo el rótulo Los libros y la libertad (2013). Entre tanto, mi hijo Darío colorea los animales de la sabana que me va demandando; impera en el salón de la tarde la magia sonora de un recopilatorio de Vivaldi junto a la luz explosiva que se cuela por los ventanales después de subir persianas y recoger cortinas.
En un curioso derrotero de nombres y títulos y etimologías, en el capítulo tres, Emilio Lledó nos acerca con su sensibilidad acostumbrada la figura esencial de María Zambrano, a propósito de un compendio de estudios que -sobre Séneca- ella había prologado, y que él -don Emilio- leyó en un tren que lo llevaba a Heidelberg allá por 1953; y de ahí un saltito a la noción de patria, y luego otro que va de la materna lengua a la lengua matriz, y otro más para elogiar la maltratada democracia y recordar lo que debiera ser el arte de la política, cuya esencia se concreta en una cita de Platón que hoy más que ayer reclama su necesidad y su vigencia:
"Serán ellos, los políticos, a quienes no esté permitido tocar el oro ni la plata, ni entrar bajo el techo que cubran estos metales, ni llevarlos sobre sí, ni beber en recipientes fabricados con ellos. Si así proceden, se salvarán ellos y salvarán a la ciudad. Pero si adquieren tierras, casas, dinero, se convertirán de guardianes en administradoras trapisondistas y de amigos de sus ciudadanos en odiosos déspotas. Pasarán su vida entera aborreciendo y siendo aborrecidos, conspirando y siendo objeto de conspiraciones, temiendo, en fin, mucho más a los enemigos de dentro que a los de fuera, y así correrán en derechura al abismo, tanto ellos como la ciudad" (República, III).
Cuando atrape otro rato desgranaré mis simpatías por Emilio Lledó, a quien no conozco en persona pero siento próximo en su palabra y en su entusiasmo nonagenario, muy cerca, como a uno de aquellos abuelos venerables y lúcidos.

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