lunes, 11 de septiembre de 2017

A menudo, sobre el trazado de un túnel suele haber también un puente, salvo que ambos se sitúan a distinto nivel y nos aventuran por direcciones cruzadas, hacia objetivos que no convergen en ningún punto del espacio, al menos mientras se sigan llamando túnel y puente. Solo cuando salimos del túnel o cuando hemos descendido el puente, y no siempre, el dibujo de las líneas recupera el mismo nivel y, con un simple giro desde uno o desde el otro, se podría propiciar la progresión paralela o, incluso, la fusión de las dos vías ante un solo horizonte. Y qué diablos significa todo esto para quienes no me conocen; más aún, cómo puedo transmitir la verdad profunda de este pensamiento a quienes me están leyendo, a usted por ejemplo, para que usted y ellos entiendan que no encuentro mejor metáfora para empezar a contar mi vida, la historia trágica de lo que fue o habrá sido mi vida dentro de pocas horas. [...]   
Así empieza la novela que he imaginado esta tarde, hace un rato apenas, mientras trataba de doblegar a Darío en la desigual batalla que reproduce a diario el inicio de la siesta. He visto la trama esencial y algunas derivaciones episódicas, y he visto el alma de un ser humano que sufre y lo relata desde la primera persona del singular. Ha sido como un aire pasajero y jovial que ha perfumado mi ánimo. Pero ahí se queda, porque no albergo intención de continuarla. No tiene, por lo demás, la menor importancia. De hecho, ya la he olvidado.

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