En un recodo del atajo que tomo para acceder a la autovía suelen desenvolverse los miembros de dos o tres familias de rasgos gitanos, rumanos con toda probabilidad. Son los mismos hombres y mujeres con los que a menudo me cruzo en otros barrios de la urbe, pedaleando sobre sus bicicletas cargadas de residuos, acechando los contenedores municipales de basura, metiendo en ellos más de medio cuerpo y discriminando lo que a nosotros nos parecía inservible. Viven en un par de casas ruinosas, intuyo que sin agua corriente -cuando llueve colocan cubos estratégicos bajo el trazado de las vías que pasan por encima- y sin luz eléctrica -al oscurecer se adivina tras la ventana el parpadeo pobre de un carburo o de un candil. Los niños corretean las inmediaciones en perfecta libertad, mientras los mayores, acabado su itinerario cotidiano y apoyadas las bicis en la baldosa, consumen sus ocios fumando de sus propias cajetillas de tabaco de marca o manipulando con destreza sus teléfonos móviles de ignoro qué generación tecnológica.
Otro escenario y otro personaje, pero sin mudar de asunto. La otra mañana, en la calle más transitada de Murcia, observé al tipo de mediana edad, de apariencia nórdica y perfiles quijotescos, que desde hace años se aposenta junto a su bandeja de pedigüeño en el mismo portal, frente a una olorosa confitería, custodiado por algún perro, y dedica las largas horas de su largo día únicamente a la lectura, casi ajeno a la generosidad de los viandantes. Al pasar, mirando un poco de soslayo, me sorprendió que sus ojos no se posaran, como hasta ahora, sobre las páginas de un libro de papel, sino en la novedad de pantalla digital que la lengua inglesa denomina ebook y la española libro electrónico. No sé si será un regalo o una adquisición, por así decirlo, caprichosa; pero se me antojó impropio de la circunstancia que las mismas manos que recogían las monedas de la caridad se permitieran tal dispendio.
No me costó enlazar la imagen esta del mendigo ilustrado con la de los rumanos aquellos que viven sin luz ni agua y que escarban en nuestros desechos para negociar el sustento. Al cabo de unos metros ya solo pensaba en mi modesta teoría sobre las paradojas actuales de la pobreza, tan distinta de la sencilla fórmula de austeridad, basada en las meras prioridades, que muchos hemos conocido por nuestros abuelos. Y, detenido en un semáforo, leí nítido el título de una entrada de blog.
jueves, 30 de abril de 2015
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1 comentario:
Más de una vez he pensado en este tipo rubio porque, es verdad, lleva ahí mismo "toda la vida". Y a pesar de esa universalización de la que hablas ¿quién será, qué vida le acompañará? Habrá que averiguarlo.
Salud
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