martes, 5 de mayo de 2015

LO MÁS GRANDE

De las fiestas que se dicen populares, llama la atención la pasión y el celo que algunos lugareños ponen en resaltar ante el ancho mundo su exclusividad y su grandeza, sin duda inigualables. Lo mismo da que se trate del paseo procesional de la imagen de una virgen o un cristo, del multitudinario desfile de individuos disfrazados de moros o cristianos, de los supuestos herederos de quienes antaño ejercieron de huertanos y huertanas, de los fieles abonados a los excesos gastro-alcohólicos de cualquier feria que se precie. Si se les arrima un micrófono y una cámara proclamarán sus afectos ancestrales y justificarán los usos y costumbres -sean cuales sean, así el maltrato animal como el torpedeo de toneladas de productos de cultivo- con la más barata de las complacencias: siempre se ha hecho así y así tiene que seguir. Pero el colmo de la magnificación gratuita de los hábitos locales la alcanzan, sobre todo, aquellos cronistas que se arrogan el estatus de sabios oficiales de la cosa y prestan su exaltada voz y su dudosa locuacidad y su sapiencia antropológica a la emisora de televisión pública que narra en directo los entresijos del evento. Entonces todo afán deviene regodeo verdaderamente patético.

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