domingo, 31 de mayo de 2015

Queda constatado que si a un estadio de fútbol acuden más de noventa mil vascas, vascos, catalanas y catalanes, cada cual con su pito y con su soberana determinación de usarlo cuando le venga en gana, la pitada puede ser masiva, ensordecedora, memorable, indudablemente sonora o, como se ha escrito en diversos medios, monumental.
Se constata también que esa actitud, manifestada en el contexto de un espectáculo deportivo que requiere el pago de una entrada y que preside Su Majestad (quien ha venido a entregar Su Copa) puede herir acendradas sensibilidades patrias, por lo que las autoridades políticas alertan a las jurídicas y quién sabe si a las policiales para que busquen y encuentren a los miles de pitadores y pitadoras vascos, vascas, catalanes y catalanas que han soplado su pito justo cuando no lo tenían que soplar.
Y se impone la evidencia (ay, esta vez unánime) de que solo las dos piernas del argentino Lionel Messi fueron y son capaces de aliarse con un balón para hacer lo que él suele sobre el césped de un campo de fútbol.

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