sábado, 23 de mayo de 2015

Llegados a este punto -estoy haciendo mi prescriptiva reflexión en víspera electoral-, no es que a mí ya no me basten las medias tintas: es que me fastidian, porque atentan contra lo más íntimo de mi dignidad como ciudadano y como persona. Ha sido tanto el desprecio, tanta la desvergüenza de palabra y de obra, tanto el abuso y la tergiversación consciente, que ahora urge comprometerse por un radicalismo humanista, para que la justicia social y los derechos fundamentales ganen el pulso a los usureros y a los corruptos y a los apoltronados, todos perfectamente satisfechos del sistema que los bendice y los indulta y los beatifica. Si la democracia está de su parte, es que no es democracia, no puede serlo. Si el único sistema posible es el que ellos pregonan, entonces llamadme antisistema, llamadme radical.

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