miércoles, 28 de septiembre de 2011

HASTA A MÍ MISMO...

"Debiéramos estar ya desengañados de todo, debiéramos haber perdido todo anhelo de arte: y sin embargo, cada día escribo... ¿para quién? Y cada vez que pongo la pluma en una cuartilla blanca el corazón me tiembla de emoción, de reverencia y de miedo, como si me acercase a un ara. ¿No son también las aras blancas y cuadradas? Y todo mi ser tiembla del pánico de pensar que acaso podría escribir una obra maestra... ¡Oh este enorme pensamiento! ¡Poder escribir una obra maestra! Y esta gran felicidad, esta inmensa dicha puede ocurrirle a cualquiera que, desencantado de sí mismo, de su arte y de su inspiración, después de haber adornado los márgenes del papel en que escribe con toda clase de garabatos, con formas de flores y de monstruos, toma la pluma distraídamente y empieza a coordinar palabras... ¡Una obra maestra! Esta dicha -y esto es lo que me infunde más pánico-, esta felicidad superior a la de ser amado y a la del hallazgo de la sortija en la torta de pascua, puede sin embargo ocurrirle a cualquier, hasta a mí mismo..."

El divino fracaso (1918), Rafael Cansinos-Asséns

domingo, 25 de septiembre de 2011

VERBA MANENT

Para glosar nuestra desconfianza frente a la promesa verbal del prójimo, sobre todo cuando hay en juego intereses materiales, solemos objetar que las palabras vuelan, que se las lleva el viento, que se olvidan; e inmediatamente sugerimos a la otra parte que el acuerdo quede expreso como especie de contrato, sellado y firmado por escrito, de modo que luego no demos lugar a desavenencias en cuanto al fondo o la forma. "Verba volant, scripta manent", así arguyó un senador romano y así permaneció en la memoria de las personas de cultura hasta no hace tanto, hasta que el uso de latines y latinajos dejó de admitirse como modelo de cultura.
Durante los últimos veinte años he escrito algunos discursos cuyo objetivo inmediato fue pronunciarlos, en vivo y en directo, ante un aforo tan escaso como variopinto, textos que nacían del encargo amistoso o de cualquier otra excusa para morir desangrados en el mismo instante de decirlos, devorados por el viento del olvido. En el mismo saco, y ello pese a que alcanzaron el dudoso mérito de la impresión en letra de molde y papel, introduzco también algunos artículos periodísticos y otras colaboraciones más o menos literarias que, sin saber cómo ni por qué, se me fueron de las manos y se hicieron sitio en libros multitudinarios y en revistas de vario linaje, libros y revistas en cuya promiscuidad de páginas han de seguir aún esas reliquias efímeras. Ahora, al padre que las dejó ir y que no se acordó de reunirlas para hablarles de su sangre común, se le ha ocurrido ir en su busca y restaurarlas, aunque tal vez ya sea tarde para encontrarlas a todas.
Por cierto, el blog se inauguró ayer y lo he bautizado Verba manent.

viernes, 23 de septiembre de 2011

SANTA TECLA

No he conocido a nadie con tal nombre ni sé si habrá por ahí algún desalmado capaz de propinárselo a una hija; el caso es que el calendario que tan católicamente nomina nuestros días anuncia que el de hoy, 23 de septiembre, se debe a la fe de Tecla, joven de familia rica que acompañó a San Pablo en su labor predicadora y que luego fue perseguida y padeció incontables tormentos, de donde hemos de inferir y legitimar su santidad. Pero uno -que no sabe hacer mucho más que teclear y teclear desde que aprendió el arte de la mecanografía, antes martilleando papel, ahora con suaves roces digitales que conquistan la pantalla- se sorprende aún de la existencia de una santa con un nombre tan próximo a mi fe, y entonces me encomiendo a la virtud multiplicada de todas esas letras y esos signos que aguardan la caricia selectiva de mis yemas para crear palabras, para enristrarlas en frases y oraciones, para construir con ellas jaulas como párrafos, para orquestar al fin la secreta sinfonía de cada texto. Y yo, que no me presto a credos, hasta me atrevo con un ¡viva Santa Tecla! para conmemorarla en su efeméride.

jueves, 22 de septiembre de 2011

POÉTICAS DEL FRACASO

Para los lectores, cada verano negocia su título infalible -evoco particularmente los ya remotos sesteros de Mi familia y otros animales o El Aleph-, y este que ya nos va diciendo adiós con su cielo indeciso será siempre para mí el verano en que transité las páginas de La tentación del fracaso, los diarios de Julio Ramón Ribeyro. Durante un periodo de casi mes y medio se hizo un hueco en mi bolsa de viaje, compartiendo conmigo una etapa de transición reflexiva y ayudándome a encontrar la salida desde esa especie de fraternidad sigilosa y altruista que solo aciertan a brindarnos algunos libros. Cuando supe de la existencia de este título no tuve duda de que iba a leerlo más pronto que tarde, porque la idea del fracaso como tentación de todo artista que convive con su sola incertidumbre estaba fija en mí desde mucho antes, era como si el mero título me hubiera sido arrebatado de un sueño del que por fin ahora despertaba para verlo en una portada ajena.
En las antípodas de la frustración y del fracaso literario no está el éxito, como suele suponerse, sino la negación del triunfo mediante una rara resistencia que suele conducir a los autores a la más cabal de las renuncias. A este respecto recuerdo que, hará dos o tres veranos, cayó en mis manos Bartleby y compañía, de Vila-Matas, un trabajo que habla de esa pléyade de escritores -cuyo paradigma podrá ser Rimbaud- que hicieron carrera y que aún conservan viva su gloria, pero que por una u otra razón un día se plantaron y dejaron de escribir y se ocultaron a los medios.
No es el caso del título que recientemente he repescado de su estante y que de alguna forma cierra el círculo de mis afinidades actuales: El divino fracaso, de Cansinos Asséns. Lo adquirí en 1997 y a los pocos párrafos interrumpí su lectura por un prurito de cobardía, pues entendí que su lucidez desengañada podía asestarle un arañazo irreversible a mis ilusiones de entonces. Hoy lo revisito y lo desgrano palabra a palabra, ganado por su perspicacia psicológica, sí, pero -y esto es lo que más me sorprende- con un desapego casi orgulloso, desde una distancia que juzgo más propia de un 'bartleby' circulando por los laberintos del No que de lo que en verdad soy, un ermitaño al que la musa le sigue siendo esquiva.

martes, 20 de septiembre de 2011

EL HORARIO

Hay un día de septiembre en que los profesores españoles de a pie, hoy tan desprestigiados y vilipendiados, recibimos nuestro horario para el curso que empieza. Ayer me dieron el mío e inmediatamente nos pusimos manos a la obra, aprendiendo a reconocernos -el horario y yo- como dos extraños que hubieran sido presentados de improviso, pero que saben que van a tener que convivir y soportarse una larga temporada. Me trasladé de aula en aula e hilvané un primer discurso ante quienes serán mis alumnos, siempre con el papelito del horario a la vista, y luego, por la tarde, ya en casa, lo revisé a conciencia, con tanto empeño que casi lo aprendí de memoria.
Esta mañana, de camino al trabajo, concentrado en los temas previos que debía tratar con los chicos de cada grupo y maquinando mis humildes proyectos pedagógicos para ponerlos en práctica con ellos, me ha asaltado la breve intuición de que algunos no sabemos existir sin unos ritos, sin unas obligaciones públicas, sin una disciplina que se nos imponga desde fuera y estimule y fuerce los resortes de nuestra creatividad, cada vez más perezosa o desilusionada. Algunos nos debemos a la servidumbre de un horario fijo y a unos hábitos de trabajo compartido, por mucho que a menudo nos quejemos de nuestra suerte y añoremos un tiempo de interminables vacaciones para entregarnos a nuestras aficiones particulares. Sólo así se entiende que hasta tres excompañeros recién jubilados, cada uno con más de treinta años de servicio y se supone que con unas ganas inmensas de ser libres para vivir otro modelo de vida, no hayan tenido que ponerse de acuerdo para que una rara inercia los acercara al instituto entre ayer y hoy.

viernes, 16 de septiembre de 2011

EL RICO, EL GUAPO Y EL MEJOR

Estábamos tan tranquilos saboreando los postres cuando, de pronto, se hizo la luz en la pantalla, callamos todos y se nos reveló en su sola persona la Santísima Trinidad, que se queja con acento luso y oficia su liturgia en el real atavío de un blanco inmaculado. Como no quiere abogado, que al parecer todos lo son del Diablo, ni tiene abuela digna de predicar sus dones, escupe su arrogancia trinitaria haciéndonos sentir que la modestia ya no es virtud, sino una conspiración de los débiles, y la humildad, un pecadillo de los tristes mortales que no saben ser los más ricos ni los más guapos ni los mejores. El nombre no es lo de menos: su manifestación en el Orbe solo podía darse bajo el signo de Cristiano. Y, claro, la envidia nos corroe.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

PLANETARIOS Y CÁNDIDOS

Se ha divulgado que a la vigente edición del Premio Planeta de Novela concurren 484 originales. No tengo interés ni curiosidad por averiguar el nombre del afortunado o afortunada ni del finalista o finalisto que seguramente ya saben que lo son, pero me temo que sendos receptores del cheque y los honores no serán escribidores del todo desconocidos para el mercadillo de las letras actuales (ojalá me equivoque y tenga que excusarme aquí mismo y copiar cincuenta veces que no volveré a decir..., etc., etc.). Lo que me fascina es que en un país como España haya todavía 482 personas, nada más y nada menos, que, siendo capaces de levantar con palabras la complejidad de una historia y de sostenerla durante trescientas o cuatrocientas páginas, derrochando en ello quién sabe cuántos meses o años de tenacidad e incertidumbre, cedan sin embargo a la farsa de remitirla a un concurso que la experiencia más elemental y el más común de los sentidos nos demuestran cada año que no lo es. De manera que lo que por mi parte pretendía significarse como otro grito indignado (para sumar dignamente a los que se oyen en las inmediaciones de la Puerta del Sol) ha acabado convirtiéndose en triste denuncia de la candidez que nos circunda, pues ella es la que robustece la legitimidad del próximo planetario o planetaria y del finalista o finalisto que hayan de serlo. Un año más.

martes, 13 de septiembre de 2011

ROMERÍA

Hoy han sacado de su residencia catedralicia la forma escultórica de la patrona del lugar y se la han llevado entre vítores, en procesión, al santuario erigido unos kilómetros arriba, en la montaña, de donde la volverán a bajar hacia la primavera del año que viene. Por eso me he aferrando a las sábanas y me he levantado tarde, con esta rara sensación de día de asueto local, exclusivo, a sabiendas de que el resto de la región y del país funciona con la normalidad de un martes de septiembre que desde las primeras horas se consagra a sus afanes cotidianos. Entre el desayuno tardío y la comida temprana he tenido tiempo de leer unas cuantas páginas, de amodorrarme de nuevo, de mirar al techo, de intuir dudosos objetivos para mis ya inminentes clases de literatura, de acordarme de Los pájaros de Hitchcock que volví a ver ayer y de enmarañarme en los ramales de poder de una iglesia que de tal manera condiciona el calendario de los ciudadanos, todavía. Ahora me voy a sacarle los colores a una acuarela que tengo empezada.

lunes, 12 de septiembre de 2011

EL TERROR

Me pregunto cuántas veces habrá sido narrado, qué palabras imposibles se habrán solidarizado con el terror de las imágenes.
Aquel día yo terminaba de comer y de tumbarme como solía en el sofá de casa, con mi hijo de seis meses encima, y había pulsado el mando a distancia con una vaga expectativa de sorpresa ante lo que pudiese estar pasando en este mundo. Pero me topé de repente con el comentario aturdido de Matías Prats y con esa primera impresión de que una avioneta habría chocado por accidente contra un edificio de Nueva York, de cuyas plantas más altas se propagaba una gran columna de humo visible desde toda la ciudad, y visible, también, en todas las televisiones del planeta. El segundo impacto es ya un hito en la historia de la información, porque se retransmitió en un directo tan riguroso que ni siquiera el locutor supo si era verdad lo que él y yo veíamos por primera vez y con un estupor simultáneo: aquello no estaba previsto en la programación ni formaba parte de la cabecera del noticiario, pero se había colado ya para siempre en nuestras vidas, la bola de fuego inmediata no dejaba lugar a dudas. Hasta aquí la imagen global del terror; el resto es una sucesión de vidas y de muertes contadas, de experiencias que se enristran para conjurar a los azares, de palabras que se esfuerzan en decir lo indecible.

sábado, 10 de septiembre de 2011

21 GRAMOS

¿Cuántas vidas vivimos? ¿Cuántas veces morimos? ¿Cuántas...?
Una película de 2003, escrita por Guillermo Arriaga y dirigida por Alejandro González Iñárritu, donde la estructura del azar se da un abrazo con la poética del destino para depararnos una historia llena de conexiones insospechadas -entre la paz y el abismo no hay frontera, como tampoco ha de haberla entre el cielo y el infierno- que invitan a la reflexión, y que durante un par de horas nos reconcilian con lo humano para entender y soportar algo mejor el tenue baile de letras que se insinúa entre la casualidad y la causalidad.

viernes, 9 de septiembre de 2011

SOCORRO

Mientras regresaba del instituto, a mediodía, dando un plácido paseo de quince minutos, me he topado a la puerta de un colegio con ese grupo inconfundible de madres jóvenes y de abuelos jubilados que aguardaban la salida de los niños tras su primer día de este nuevo curso. Para algunos habrá sido también el primerísimo día de sus vidas en calidad de alumnos, seguramente inconscientes de que con él, hoy, inauguran un periodo de no menos de diez o doce años de escolaridad, a los que habrá que sumar, si la cosa funciona, todos los que sepan ganarle al bachillerato y luego a la universidad. Y me he acordado de aquel chaval de casi cinco inviernos que tal día de tal septiembre acudió nervioso y pálido a la misma cita, de la mano de su madre, y que después de varios ruegos y preguntas sin éxito forzó a la maestra a cerrar con llave por dentro, hasta que cesara su llanto irrepetible. Si a quien me llevaba de la mano y a mí mismo nos hubieran dicho entonces que mi paso por las aulas se extendería dos décadas y que, casi sin transición, cada septiembre continuaría reiniciando el curso y las clases hasta después de los cuarenta, ya como profesor, no hubiéramos acertado a imaginarlo. Hoy sigue en la memoria de mi olfato, con su resto de pánico invencible, el perfume que gastaba aquella señora gorda y vieja, maestra cuyo nombre, acaso para coronar la escueta verdad con un guiño estructural siniestro, no podía llamarse de otro modo: doña Socorro.

jueves, 8 de septiembre de 2011

INSOMNIO

Anoche se repitió, como anteanoche y como la que las antecede. Llevo casi toda la semana tardando en conciliar el sueño, lo cual no ha de interpretarse en modo alguno como preocupación (¿quién convirtió en sinónimos eternos el "desvelo" y los "problemas"?), sino que, en mi caso, es más bien lo contrario: la señal exacta de que a mi cerebro y a mi sistema nervioso han regresado antiguas inquietudes, la alegría inefable de que ya se me insinúa y me empuja la certeza de nuevos proyectos literarios, la obviedad de que a mi obstinación o a mi talento los acompaña por fin el optimismo, después de un largo periodo de hastío contemplativo, encharcado de perezas. Y la inercia de las cosas me ha traído aquí, susurrándome al oído que había llegado la hora de restaurar mi diario abierto, mis queridos retales, a la luz de este propósito.