jueves, 22 de septiembre de 2011

POÉTICAS DEL FRACASO

Para los lectores, cada verano negocia su título infalible -evoco particularmente los ya remotos sesteros de Mi familia y otros animales o El Aleph-, y este que ya nos va diciendo adiós con su cielo indeciso será siempre para mí el verano en que transité las páginas de La tentación del fracaso, los diarios de Julio Ramón Ribeyro. Durante un periodo de casi mes y medio se hizo un hueco en mi bolsa de viaje, compartiendo conmigo una etapa de transición reflexiva y ayudándome a encontrar la salida desde esa especie de fraternidad sigilosa y altruista que solo aciertan a brindarnos algunos libros. Cuando supe de la existencia de este título no tuve duda de que iba a leerlo más pronto que tarde, porque la idea del fracaso como tentación de todo artista que convive con su sola incertidumbre estaba fija en mí desde mucho antes, era como si el mero título me hubiera sido arrebatado de un sueño del que por fin ahora despertaba para verlo en una portada ajena.
En las antípodas de la frustración y del fracaso literario no está el éxito, como suele suponerse, sino la negación del triunfo mediante una rara resistencia que suele conducir a los autores a la más cabal de las renuncias. A este respecto recuerdo que, hará dos o tres veranos, cayó en mis manos Bartleby y compañía, de Vila-Matas, un trabajo que habla de esa pléyade de escritores -cuyo paradigma podrá ser Rimbaud- que hicieron carrera y que aún conservan viva su gloria, pero que por una u otra razón un día se plantaron y dejaron de escribir y se ocultaron a los medios.
No es el caso del título que recientemente he repescado de su estante y que de alguna forma cierra el círculo de mis afinidades actuales: El divino fracaso, de Cansinos Asséns. Lo adquirí en 1997 y a los pocos párrafos interrumpí su lectura por un prurito de cobardía, pues entendí que su lucidez desengañada podía asestarle un arañazo irreversible a mis ilusiones de entonces. Hoy lo revisito y lo desgrano palabra a palabra, ganado por su perspicacia psicológica, sí, pero -y esto es lo que más me sorprende- con un desapego casi orgulloso, desde una distancia que juzgo más propia de un 'bartleby' circulando por los laberintos del No que de lo que en verdad soy, un ermitaño al que la musa le sigue siendo esquiva.

1 comentario:

Morbidmacabra dijo...

Que dulce es el fracaso determinado por cierto romanticismo ilustre, o que agrio es el fracaso enredado en las redes del naturalismo mas condicionado. "Agridulcemos" los autores y sus obras, que así sea nuestra alma la que hable por nosotros; abramos nuestro cosmos hacia otra realidad entre las letras. Que ya lo dijo un griego cierta vez: "Las cosas de letras cosa de nuestra alma son".Y lo entrecomillo pues así lo dijo él, que no yo, aunque quizá no textual o literalmente.