martes, 16 de junio de 2015

Tres jornadas completas dedicado casi en exclusiva a la revisión y puntuación (corregir, entiendo, es otra cosa) de un centenar y medio de exámenes de Selectividad, esa prueba de acceso que todavía convocan las universidades públicas. Sorprende, en unos casos, el apabullante volumen de saberes que, saturados de prolijas informaciones específicas, puede albergar en su cabecita un muchacho o una muchacha de diecisiete o dieciocho años; en otros, la absoluta inmadurez para juntar unas pocas palabras con un mínimo de coherencia, si no el desprecio natural que a menudo se muestra por el orden y la limpieza de un escrito, por la elementalidad de la norma y la caligrafía, por lo bien hecho. El capítulo de barbaridades y dislates es aún materia reservada.

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