viernes, 12 de junio de 2015

Cada junio desde hace no sé cuántos, mi madre me informa por teléfono de que han recibido una carta de Gijón a mi nombre. Yo, casi resignado a su inquietud, le digo que no se preocupe, que no es nada, que serán seguramente las bases del mismo concurso de todos los años, cuyos organizadores tienen a bien enviármelas con asombrosa fidelidad postal. En efecto, ayer las recogí en mano: un modesto certamen de poesía erótica al que no recuerdo haberme presentado, pero por el que tal vez me interesé cuando me interesaban los certámenes. Tanto en la lectura como en la escritura, no me resulta difícil acotar el erotismo narrativo, sea en una novela o en un relato; pero nunca he entendido bien la frontera lírica entre el género erótico y el que no lo es, salvo que nos aventuremos hacia esos dominios escabrosos que suelen afear la nobleza inherente a la alta poesía. Abro el sobre, toco las bases y de un vistazo me vencen los signos de la casualidad: la de este año es la más proclive de las ediciones habidas, la número XXX.