Por exigencia del guion (eso que
en la jerga educativa sacralizamos con el nombre de temario), hablábamos en
clase de Tartufo, la comedia quizá más
conocida de Jean-Baptiste Poquelin. Fue entonces cuando cualquier alumno apuntó
el título de la película de Woody Allen Match
Point: según parece, el director de Manhattan reconocía en una entrevista haberse
inspirado en este clásico de la literatura francesa. Por mi parte, creí
oportuno ilustrarlos con alguna otra referencia literaria (Borges orbitaba en mi
pensamiento, pero no sé si lo mencioné), hasta desembocar en la última novela de Javier Cercas, que no he
leído, pero de la que sé que está basada en la historia real de Eric Marco, un
catalán que saltó a la fama cuando, hace algunos años, se descubrió que se había
hecho pasar por superviviente de un campo de exterminio nazi. Naturalmente, no
hizo falta tensar la agradecida cuerda de las analogías para que salieran a la
palestra personajes reales y actualísimos, como el notorio Nicolás (que decía
colaborar con el Centro Nacional de Inteligencia) o el otrora yerno del rey, un
tal Urdangarin, ahora imputado cuñado del vigente (que se instaló en la borbónica familia
con el aire acomodaticio de un buenazo).
Luego, ensimismado ante el café de media mañana, se me
ocurrió que el de la impostura es un territorio que literariamente me seduce, y
me acordé (he de añadir que con una punzada de satisfacción) de dos relatos de La sonrisa del ahorcado por los que
todavía siento algún apego: “Cartas al director” y “Discurso del Nobel”.
jueves, 8 de enero de 2015
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