jueves, 8 de enero de 2015

LOS IMPOSTORES

Por exigencia del guion (eso que en la jerga educativa sacralizamos con el nombre de temario), hablábamos en clase de Tartufo, la comedia quizá más conocida de Jean-Baptiste Poquelin. Fue entonces cuando cualquier alumno apuntó el título de la película de Woody Allen Match Point: según parece, el director de Manhattan reconocía en una entrevista haberse inspirado en este clásico de la literatura francesa. Por mi parte, creí oportuno ilustrarlos con alguna otra referencia literaria (Borges orbitaba en mi pensamiento, pero no sé si lo mencioné), hasta desembocar en la última novela de Javier Cercas, que no he leído, pero de la que sé que está basada en la historia real de Eric Marco, un catalán que saltó a la fama cuando, hace algunos años, se descubrió que se había hecho pasar por superviviente de un campo de exterminio nazi. Naturalmente, no hizo falta tensar la agradecida cuerda de las analogías para que salieran a la palestra personajes reales y actualísimos, como el notorio Nicolás (que decía colaborar con el Centro Nacional de Inteligencia) o el otrora yerno del rey, un tal Urdangarin, ahora imputado cuñado del vigente (que se instaló en la borbónica familia con el aire acomodaticio de un buenazo).
Luego, ensimismado ante el café de media mañana, se me ocurrió que el de la impostura es un territorio que literariamente me seduce, y me acordé (he de añadir que con una punzada de satisfacción) de dos relatos de La sonrisa del ahorcado por los que todavía siento algún apego: “Cartas al director” y “Discurso del Nobel”.

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