Fue una conversación de trasnochada en la terraza del
último verano. Yo procuraba razonar que no, que en cualquier obsequio que se
deslice hacia un individuo que detente algún margen de poder alentará ineludiblemente
la sombra del soborno, y que la voluntad de la ofrenda no puede ser otra que
inclinar a su favor el celo de una determinada autoridad pública; así ocurre
con el tradicional cesto de frutas del tiempo que aún se le reserva al médico de
atención primaria, así también con el desayuno matutino o el café vespertino a
los que siempre estará invitada la ancestral pareja de policía o de la guardia
civil, así el cajón de vinos caros u otras delicatessen que seguirá almacenando en su
despacho el concejalillo de esto o de lo otro.
Lo que pasa es que no sabes distinguir la sutil distancia
entre lo que se entiende por soborno y
lo que se llama regalo, aducían ellos,
todos funcionarios como yo. Y añadían la sutileza de que el acto de obsequiar se ejerce sobre
la persona, no sobre lo que la persona representa, y que lo que con ello se pretende
es mostrarle gratitud por una acción ya consumada; mientras que el soborno nace
deslegitimado, no solo por la categoría delictiva en que se reconoce, sino porque
incluso en su desarrollo más ingenuo se anticipa a la arbitrariedad del trato
favorable.
A mí, y a mi insignificante margen de poder como profesor de secundaria,
me costaría mucho aceptar la prebenda -se entienda esta como obsequio o como
quiera que se entienda- de unos padres o de un alumno individualizados, porque sé
que en ese instante estaré poniendo un precio emotivo a mi honradez profesional
y a mi humilde sentido de la justicia.
sábado, 20 de octubre de 2012
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3 comentarios:
Absolutamente de acuerdo.
Hombre, Pedro: Entiendo esa sombra de duda de si estaré haciendo mal al aceptar este obsequio. Quien acepta prendas caras, una comida mas que alimentaria, un utilitario o más...; desde luego que ni la sombra de la duda aparece por su cabezota. Ya te entiendo, se empieza y... Pues no. A mi mi madre me enseñó desde pequeña a ir a los sitios y no aceptar nada de lo que me ofrecían. Y estaba equivocada. Eso también podía ofender. A ver, yo soy muy dada a los arrebatos cariñosos con la gente amable que me encuentro. Me imagino como madre agradecida de un alumno, o como alumna valorada y encantada con tus clases, con un librico bonito que espero te haga recordar años después momentos agradables del vivir o del trabajar... ¿Dirás que no a un regalo afectuoso y no adulador? Yo creo que ahí entran en juego también miedos. Corto que me he alargado profesor. Me gusta la palabra profesor. Pero mucho más: maestro. Corto y cierro.
Deben ser los miedos, mis miedos; en eso llevas razón. Además de que nunca he aprendido a distinguir del todo entre la adulación y el afecto.
Ah, yo también prefiero "maestro", porque es una palabra que no se limita a las dimensiones de un aula o de un estatus laboral o social.
Salud!
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