jueves, 4 de octubre de 2012

UNA FECHA Y UNA RELECTURA

La mañana del 4 de octubre, Gregorio Olías se levantó más temprano de lo habitual, y todo para que sus sueños aplazados y la caricia secreta del lector discurriesen sobre la superficie venturosa de medio millar de páginas atravesadas de renglones donde fructifican las palabras, una tras otra. Hoy yo me he levantado a la hora de todos los días con la prudente expectativa de un jueves cualquiera, cuando un inesperado resorte de la memoria me ha confirmado la coincidencia de fecha con aquel arranque de novela que se afianzó -la novela, no su arranque, que carece de alardes formales y de otros efectismos de captación- como sorpresa editorial española a principios del noventa: Juegos de la edad tardía. La leí con la morosidad de entonces, apurando cada sorbo, sin esas prisas propias del devorador de libros que nunca he sido, tasando el tesón necesario para ir construyendo un universo así desde la soledad y la incertidumbre del escritor novel; y constato que la emoción crítica que entonces me forjé y que algunas veces he convertido en materia reservada de tertulia continúa en mí intacta, imbuida de unas luces y de unas sombras sobre las que, sin embargo, prevalece una doble ración de gratitud por regalarme esa fábula que nadie resumió mejor que su autor: es la historia de dos Sanchos que conspiran para inventar un Quijote. Yo no sé imaginar a cuántos lectores de hoy se les ocurrirá revisitar las estanterías de aquel tiempo para saborear un buen manojo de libros que, como este, ya no están en boca de la actualidad más rabiosa, pero que forman parte indispensable de la memoria literaria de una o dos generaciones de lectores. Así que no solo me atrevo a recomendarlo con la inestimable excusa de la fecha, sino que voy a deslizarme de nuevo por sus párrafos para forjarme, veintidós años después, esa saludable segunda opinión que tanto bien hace a la Literatura.

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