miércoles, 26 de diciembre de 2018

El día que mi padre se convierte en octogenario, lo veo hacer tres hoyos a golpe de azada, en el huerto que flanquea la casa, para plantar tres árboles frutales: un manzano, un peral y un ciruelo. La escena, coronada por ese nieto de diecisiete que ha heredado su nombre, se abastece de un simbolismo expansivo, inevitable, que todavía me conmoverá en algún recodo del inminente futuro.

No hay comentarios: