lunes, 5 de febrero de 2018

Se me acercó buscando consejo: él no ignoraba que yo había vivido hace años mi particular crisis y que esta, en efecto, acabó en divorcio. Angustiado por la incertidumbre y por las previsibles consecuencias -hijos, patrimonio común, etc.-, necesitaba hablarlo con quien hubiera experimentado una situación similar. Tras procesar mi gesto -un gesto incómodo, entre cauteloso y receptivo-, matizó que su caso no era como el mío, sino justo al revés. Enarqué las cejas cuanto pude: ¿cómo que al revés? Pues sí, porque a él no le tocaba, como me tocó a mí, tomar ninguna decisión inmediata; era la otra parte la que se estaba planteando seriamente la ruptura, y de ella dependía el desenlace. Entonces formulé la pregunta inevitable y él admitió que sí: le constaba la existencia de un tercero, pero al parecer aún no habia sucedido nada físico entre ellos, esto es, entre ese tercero a quien no identificaba y su propia esposa.
De lunes a viernes me mantenía al tanto de los derroteros del drama. Se autoinculpaba por sus innumerables desatenciones maritales (sin duda, decía, una actitud aprendida del mal ejemplo del padre) y cargaba contra la complacencia de unos suegros, los suyos, que alentaban con mala fe el desafío de la hija. Una mañana extrema me contó que ella le había pedido permiso para ausentarse dos noches y un día, y que él había cedido a regañadientes, para no perderla del todo, para que terminara de decidirse entre seguir con su matrimonio o tirarlo todo por la borda. Él estaba seguro de que ella iba a vivir su aventura de unas horas con el otro, tal vez en un hotel de una ciudad próxima, y que volvería asqueada y arrepentida, extrañando el calor de la casa y de los hijos.
Ese fin de semana pensé a menudo en los protagonistas, en el amigo confidente y también, cómo no, en la esposa. Me tentaba imaginarlo a él, desesperado, dejando transcurrir el goteo de minutos insufribles hasta que ella regresara, y me excitaba reubicar los pasos de ella en compañía del amante, como esa Emma que se encierra en un coche con Rodolphe o con Léon mientras la pericia del narrador describe las calles erotizadas de Ruan. 
A día de hoy siguen juntos. Él apenas habla de aquel episodio; no al menos a mí.

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