lunes, 2 de marzo de 2015

POEMAS HUÉRFANOS

Tuvo que ser a finales de los ochenta cuando fui articulando un manojo de sonetos (por supuesto endecasílabos y con las rimas en su sitio, pero poco más), quizá movido por el mero divertimento o para probarme mi pericia técnica, quizá espoleado por una advertencia que le intercepté, si ahora no me engaño, al poeta norteamericano T. S. Eliot: "No es conveniente violar las normas antes de aprender a observarlas". El caso es que esos engendros, productos del ocioso entusiasmo de mis dieciocho o veinte años, nunca encontraron espacio en ninguno de mis libros, así que permanecen en el paraíso de los inéditos; y hoy, esta misma mañana, no sé por qué, mientras empujaba un carrito con un bebé que dormía, me he acordado de ellos y he pensado que tal vez siguen en alguna de aquellas carpetas escolares, azules, donde antaño se guardaban papeles. Son sonetos que recuerdo como homenajes o tributos a determinados autores y obras, impúdicas imitaciones de estilos y motivos que seguramente me sonrojarán cuando me ponga a escarbar y los encuentre. Sé que había uno a la manera de Garcilaso de la Vega y otro a la manera de un Bécquer que hubiera escrito sonetos, otro que quería servir de apostilla a la verdadera historia de Don Quijote, otro en el que Jorge Luis Borges hablaba de su doble, otro sobre el anciano protagonista de La muerte en Venecia... En definitiva, quimeras sin porvenir, poemas huérfanos, pretenciosos desvelos que ya no siento míos y que, por saberlos ajenos y olvidados y solos, despiertan esta noche mi perezosa curiosidad.

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