domingo, 9 de marzo de 2008

REFLEXIÓN

Ayer sábado, la jerga de la política nos concedió su jornada de reflexión, y esta mañana de domingo, a las nueve y cinco minutos, he visto cómo sendos sobres con mi voto se deslizaban al interior de sus respectivas urnas. Desde que tengo la edad, he ido a votar siempre, comprometido con una voz ancestral que me dictaba que debía hacerlo, unas veces con indecisiones de matiz y otras con abrumadoras certidumbres; y, pese a que en una sola ocasión se contabilizó mi voluntad en el generoso azar de la mayoría victoriosa, sé decir que jamás albergué sentimiento alguno de derrota, antes al contrario: me aliviaba no haber contribuido a los previsibles desatinos que ensombrecerían, de fijo, esos cuatro años coronados en labores de gobierno. Creo, no obstante, que mi tendencia ideológica -inevitablemente imbuida de prejuicios maniqueos, en este país donde vivo y ejerzo mi derecho- hoy ya es definitiva e insobornable, que no podría no ser la que es, y que en tal caso tampoco sabe plegarse a los improperios cruzados de una campaña electoral al uso -apenas si me intereso por la virtud dialéctica, tan escasa, y por las técnicas oratorias- ni meditar su sentir ultimísimo en las estipuladas horas de la víspera. La decisión fue tomada desde la inercia incesante de esos actos cotidianos que me confieren identidad, se ha forjado a lo largo de años y décadas, y se reconcilia continuamente con los afectos que atesoro. El resto del tiempo lo paso coleccionando argumentos que certifiquen la vigencia y el vigor de aquella decisión primera; de ahí que despache el trámite de ir a votar casi con desapego, como si no fuese yo quien introduce la papeleta en el sobre y camina hasta el colegio y muestra su carnet y retorna a su día de domingo.
Recién lo escribo, de repente me asisten las palabras del verso inaugural de Ángel González, "para que yo me llame Ángel González", y comprendo en una ráfaga de gratitud que buena parte de lo que soy y otro tanto de lo que pienso me precede de un modo irrefutable, que en cierta manera se lo debo a otros y que esos otros vinieron a votar conmigo esta mañana, que en mi opción ideológica inevitablemente maniquea subyace la resaca de generaciones y de olvidos, los invisibles lazos de la sangre o el rastro de la palabra o simplemente la conciencia cabal de lo que uno es y desea para los suyos: que "para que mi ser pese sobre el suelo, / fue necesario un ancho espacio / y un largo tiempo". Y asimismo para que mi voto se postule ante el mundo.

8 comentarios:

carmen dijo...

Yo también siento esa desazón de contribuir con mi voto, en el caso de que gane los "míos", a desmanes posterires, pero no siento ese desapego que tú describes a la hora de depositar mis papeletas, al contrario, me invade una sensación de gratitud y compromiso con todos aquellos que se dejaron la vida para que hoy nosotros podamos expresar libremente nuestra voluntad. Y ojalá que ninguna de las dos Españas nos hiele el corazón.

Pedro López Martínez dijo...

Es lo que he querido expresar: que otros muchos vienen a votar conmigo; y ese "desapego" se comprende en el hecho de que no soy sólo yo quien ha tomado la decisión, sino innumerables circunstancias que hunden su raíz, incluso, en fechas anteriores a la de mi nacimiento: ellas son las que me llevan en volandas, claro que sí. En cuanto a lo de las dos Españas...

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Yo, republicano, rojo, ateo, no siento ese desapego al depositar mi voto, sino el profundo y creciente desencanto de quien se sabe, junto a muchos otros, no representado. No voy a extenderme aquí, en un blog literario, sobre la injusticia de la ley D,ont o sobre el sofisticado fraude que supone el acceso a los medios de comunicación de dos únicas opciones ideológicas, pero sí me gustaria recalcar que ese maniqueismo (llámese ya bipartidismo) que acaba de concretarse estadísticamente el 9-M, supone la derrota de la pluralidad, de los múltiples puntos de vista necesarios para construir "entre todos" la sociedad que queremos. Es la estrategia perfecta del hombre poderoso que emigró del planeta antes de que el dinosaurio abriera el ojo. En fin, siento ser tan derrotista, pero creo que es lo que hay.

Vargas dijo...

Pues yo no siento desazón ni desencanto. Estoy contentísimo de que haya ganado quien voté: Chiquiliquatre.

carmen dijo...

Es cierto, amigo Orfeo, que la ley D´ont es muy imperfecta pero otros sistemas que contabilizaban los votos sin ponderarlos posibilitaron que Hitler se hiciera con el poder, sólo tenía el 35% de los votos, menos que socialistas y comunistas juntos. El Presidente de la República se lo pasó por el arco del triunfo y permitió el triunfo del monstruo. Corto porque tienes razón en que esto es un blog literario y, por otro lado, yo estoy jugando a abogado del diablo.

Gustavo Romera Marcos dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Gustavo Romera Marcos dijo...
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Gustavo Romera Marcos dijo...

No quiero ejercer de aguafiestas pero, después de leer todos vuestros comentarios, me parece que habéis convertido el hecho de votar en un proceso metafísico por los menos. Yo, después de votar a distintos partidos desde el comienzo de la democracia, ya no sé ni quiénes son los míos. Creo que la base de una auténtica democracia, en contra del sentimiento de muchos, no está en permanecer anclado eternamente a una opción inamovible sino en valorar la más aconsejable en cada momento. Si analizamos los bandazos que ha experimentado el voto mayoritario en nuestra ya consolidada democracia, son millones los que piensan como yo, afortunadamente.