viernes, 14 de marzo de 2008

EL FOLIO 100

En alguna parte leí y probablemente subrayé que la superstición es otra de las mil caras de la cobardía -presumo en esta cita el ímpetu gravitatorio de un Nietzsche póstumo, pero no lo hago cierto-, una zancadilla vulgar contra el imperio del raciocinio y la libertad del ser; y al recobrar este pensamiento noto una punzada secreta, conciliadora, un acuerdo firme todavía no expreso ni propalado, una certitud que -lo diré sin vehemencia- quiero entender que me dignifica. Pese a que alguna vez también yo he cruzado los dedos o he tocado madera en un acto reflejo o incluso se me desvió el paso para esquivar una escalera, la verdad es que no me conozco importantes servidumbres en esta materia. Sé que muchos escritores niegan cualquier pista o comentario acerca de la novela que escriben, sobre todo las palabras del título, convencidos de que condescender a ese desliz informativo -desliz más o menos abonado en las entrañas de la mera presunción- les pudiera acarrear consecuencias nefastas en su propósito, desde la pérdida azarosa del manuscrito al estancamiento de la imaginación o el definitivo aborto de la obra prometida.
En los últimos días he superado el folio 100 -me puede el impacto visual de la cifra, frente al devaneo soso de las cuatro letras- de la ambiciosa novela que llevo entre manos. Cien folios definitivos, impolutos. Sé que ese número se me ha ido imponiendo como simpático reto desde que me apliqué a enhebrar la historia, hace de esto la friolera de tres lustros. En efecto, todo parte de una experiencia personal que data de febrero y marzo de 1993, dos escasos meses en que se me concedió el disfrute de una beca universitaria en una ciudad alpina. Todavía en el escenario y con los papeles dudosos, supe que estaba viviendo las páginas de una fábula que merecía la pena contarse, pero no sospeché que iba a tardar tanto en escribirla. En 1994 sometí la idea a un principio de estructura, y desde entonces, sabedor de mi impericia técnica, se fueron sucediendo largos periodos de indolencia, obstáculos que a menudo usé como generosa excusa de la providencia para posponer la ejecución de un proyecto verdaderamente guadianesco. Hoy, escindido entre dos supersticiones -la que admite que escribo una novela ambiciosa, la que me afianza en el objetivo ineludible desde la atalaya de ese impoluto centenar de folios-, me ha podido la vanidad por partida doble: he comprometido mi fe admitiendo que la juzgo ambiciosa, he derrochado complacencia al pregonar sin pudor que los cien folios que la festejan son impolutos.

5 comentarios:

Gustavo Romera Marcos dijo...

Amigo Pedro,te felicito por la sinceridad y la "intimidad" que vuelcas en tu blog. Tal como dices, entiendo -supersticiones superadas aparte- el deseo de compartir el momento feliz de tu conquista de la cota 100 en el ascenso hacia tu ambiciosa novela. Pero nos dejas en los labios una miel que no sabemos cuándo vamos a poder paladear tus no menos ambiciosos lectores.
Dinos algo más para concolarnos. ¿Conoces ya en qué cota está situado el último folio? ¿Asciendes con nubes o luce un sol esplendoroso? ¿Para cuándo el asalto final a la cumbre?
Anda, comprométete en público y verás cómo te sirve de estímulo.
Un abrazo.

Vargas dijo...

"Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea".
Si Monterroso decía sentirse así en este cuento ("Fecundidad"), no puedo imaginar el grado de bienestar que estarás disfrutando con tus cien folios acabados, amigo Pedro. En fin, mi enhorabuena parcial. Como no conozco el porcentaje exacto que debe tener mi felicitación, ya ajustaremos cuentas en la liquidación final, cuando haya leído el libro. Me alegra, además, que no seas supersticioso. Yo, desde que me leí la obra completa de Feijoo rompo espejos, acecho a los gatos negros para cruzarme con ellos, leo el periódico bajo las escaleras de los operarios de Telefónica, en fin, soy otra persona. Enhorabuena, de verdad. Salud y fuerza.

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Intuyo que, tras esa vanidad que reconoces, se encuentra agazapada la autocrítica que te ha ralentizado en tu propósito, y tengo la convicción de que los miedos, las supersticiones, no pueden competir con el talento y la perseverancia. Por otra parte, yo, que suelo eternizarme cultivando proyectos de corto recorrido, siento fascinación por ese largo tramo de quince años y me embarga la intriga de cuál será el espacio temporal en que discurra esa novela narrada por el Pedro que fuiste hace tres lustros, y por el que ahora eres. Me quedo con esa intriga como aliciente añadido y te animo a que sigas la ascensión.
Un abrazo

Sebastián Mondéjar dijo...

Gustavo, Vargas y Orfeo lo han expresado muy bien. Para mí,tu buena nueva es más un acto de valor que de vanidad. Creo, además, que después de tanto tiempo gestándolo y salvaguardándolo en la intimidad, a día de hoy eres el único en condiciones de tasar los costos y los desvelos y de fijar las metas y las sucesivas alturas del listón. Viene a ser como ese tercer mes de gestación para las embarazadas, cuando ya es seguro que el embrión está perfectamente afianzado y, vencidas sus preocupaciones, comienzan ya confiadas a prepararse para el feliz desenlace. Por mi parte, sabiendo cómo eres, cómo escribes y conociendo tu integridad, tu discreción y tu forma de hacer las cosas, auguro una novela no sólamente ambiciosa, sino ejemplar y exquisita. Sólo de pensarlo, se me hace la boca agua. Por cierto, no has dicho nada sobre el título. Bueno..., a lo mejor dentro de otros tres o cuatro lustros nos lo adelantas...

Pedro López Martínez dijo...

Muchas gracias a todos. Anoche regresé de un viaje familiar y me reencontré con mi última entrada al blog. Lo cierto es que no había previsto revelar esta "intimidad" creativa (¿superstición?), pero con la maleta ya hecha pensé que tenía que alimentar la página antes de irme, y con los nervios de la partida no se me ocurría nada interesante, así que escribí lo que escribí. Esta mañana he vuelto a leer la entrada, ya como si no la hubiera escrito yo, y me ha parecido menos presuntuosa de lo que creí. Aparte, claro, vuestros comentarios han despejado muchas de mis dudas y hasta me he sentido dichoso de teneros al otro lado de esta alforja.
Gustavo, la historia de la novela está en mi cabeza, aunque obviamente no están todas las palabras en su sitio; pero te puedo adelantar que los claros son más que las nubes y que, si no me fallan los cálculos, la novela rondará los 350 folios. Sé paciente.
Antonio, quiero recordar que hace demasiados años tú ya leíste una novela mía de juventud, por fortuna inédita aunque tal vez recuperable ahora que me siento poseedor de recursos que en aquel tiempo ignoraba, era un pardillo con más voluntad que oficio. (Lo de Feijoo es un puntazo que en ti, a estas alturas, ya no me sorprende).
Miguel Ángel, estás en lo cierto cuando hablas de autocrítica: soy infinitamente puntilloso en lo que escribo porque también soy un redomado perfeccionista, esto es, que llevo la penitencia en el pecado. La ralentización de los primeros 100 folios la entiendo ahora como un regalo de la providencia, pues en efecto hace un lustro no me sabía bien la historia, me faltaban datos que hoy estimo imprescindibles y que han ido llegando casi sin que yo los buscara: algún día contaré en este blog el anecdotario de estos encuentros, el último hace menos de un mes.
Sebastián, tus augurios me ponen más alas de las que la empresa merece, pues sé que, pese a todo, no debo precipitar las cosas: me gusta recrearme cuando creo. Ojalá hallara el tiempo necesario para completar la historia en 15 ó 20 meses, pero no sé si éste que vivimos es tiempo propicio para mecenas. En cuanto al título... ¡vaya, me temo que me ha podido la superstición a la hora de escribirlo! Pero en privado, de viva voz, tendré ocasión de decirlo a aquel de vosotros que me lo preguntare.
Muchas gracias a todos, "ambiciosos lectores".
Salud, amigos!