miércoles, 3 de julio de 2019

Hago cuentas de mis correrías crepusculares durante el primer semestre del año. Lo desgloso aquí con ánimo de presunción, para recrearme en la constancia y en sus frutos, y confío en que los tres lectores -tres- que todavía intuyo en este sitio excusen la debilidad de los datos. Añado que prefiero correr solo, por un circuito fijo que no me distrae ni me obliga a corregir azares, sin ninguna ortopedia ni ingenio auricular, sintiendo en plenitud el ritmo de mi cuerpo y el ciclo de mi respiración, pensando.
Entre el 7 de enero y el 25 de junio salí a correr treinta y dos veces: siete en enero y siete en febrero, seis en marzo, tres en abril, cinco en mayo y cuatro en junio. Los días 12 de abril y 6 de junio alcancé mi tope: dos horas completas sin detenerme. En total he cubierto 2557 minutos, esto es, 42.6 horas, a una media de ochenta minutos por sesión. De la distancia recorrida no sabría decir, salvo que calculo, grosso modo, que cada vuelta de diez minutos equivale a unos 1700 metros, lo que supone unos 10.2 kilómetros por hora. Entonces son... ¿434.5 kilómetros en seis meses? No sé si es mucho o poco, pero no esperaba más de mis fuerzas ni de mi maltrecha perseverancia.

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