miércoles, 7 de enero de 2009

LA EDAD DE PAVESE

Me impregné de Cesare Pavese en aquellos meses de 1993 en que una beca inconsciente me llevó a Turín. Toda la ciudad remitía a la enigmática presencia de este autor del que todo el mundo hablaba (me refiero al mundo académico que frecuenté), pero del que yo no había leído nada. Fue después, a mi regreso, cuando accedí a sus relatos y novelas, que siempre me han dejado un halo de tristeza difícil de cuantificar. Sus poesías completas (editadas erráticamente por Visor) he de reconocer que nunca me dijeron gran cosa, y sólo algunos atisbos en versos sueltos que trascienden el forzado hermetismo de su lírica. Pero la gran revelación me llegó entre las tapas de sus diarios, El oficio de vivir, un volumen que recoge sus últimos quince años, desde 1935 hasta 1950. Inmediatamente se convirtió para mí en un libro de referencia, subrayado a varios colores y susceptible de sucesivas relecturas sin fin, y emparentado con otros de la estirpe del dietario de Kafka o del Libro del desasosiego de Pessoa, ahí es nada. La peripecia vital íntima de Cesare Pavese está grabada a sangre en este documento de la soledad humana, soledad que poco a poco fue derivando hacia la desesperación y el suicidio como desenlace previsible, inevitable. Pavese se enamoró muchas veces y muchas veces sufrió el revés del rechazo, no es difícil rastrear una creciente misoginia en sus escritos y cartas privadas, quizás bajo el dominio de la impotencia o de una inclinación sexual mal asumida, confusa. Su primer golpe importante fue aquella mujer metida en política por la que es detenido y encarcelado, y que luego, a su regreso, halló que se había casado con uno de sus amigos. Años más tarde, ya novelista de fama e influencia, volvió a fracasar con una actriz norteamericana que lo abandonó; a ella le había dedicado el poemario Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
El 17 de agosto de 1950 Pavese salió de la casa de su hermana y su cuñado, con quienes vivía, y se hospedó en el Hotel Roma de Turín, y allí aguantó buscando alguna salida hasta la tarde del sábado 26, cuando se tragó dieciséis sobres de somnífero mezclados con algún veneno. Acababa de recibir el Premio Strega, entonces uno de los más meritorios de los concedidos en Italia, y, pues había nacido un 9 de septiembre, le faltaban tan sólo doce días para celebrar su 42 cumpleaños, exactamente los mismos días que hoy me faltan a mí para alcanzar esos años. Así que estoy en la crítica edad de Pavese, quién lo diría.

3 comentarios:

Sebastián Mondéjar dijo...

Pero a tu pavesa aún le falta mucho para cesar, amigo.

José Manuel dijo...

Pues mira por donde, Pedro, ya has llegado a donde nunca lo hizo tu admirado Pavese: a cumplir cuarenta y dos. Felicidades; no es poca cosa. El que lo consiga la mayoría no le resta mérito; somos el mejor ejemplo de adaptación y supervivencia que exige, más allá del proceso evolutivo recorrido por nuestra especie, un esfuerzo importante de cada uno de nosotros como individuos. Y a propósito, cuidado con esta edad: la cacareada crisis de los cuarenta pasa a menudo sin pena ni gloria, avisados todos de su amenaza, pero es ahora, un poco después y cuando ya creíamos conjurado el peligro, cuando esa plenitud física y emocional estable durante la década previa se tambalea, según el parecer de muchos, de un modo alarmante.
Cuando menos lo esperas, ¡zas!, el bajón físico se deja notar, y pronto esa vulnerabilidad se extiende a lo psíquico, hasta el punto de tener que replantearse (adaptarse de nuevo) ciertas cuestiones que atañen, no a los grandes enigmas de la existencia, sino a la vida diaria y sus innumerables vicisitudes, que viene a ser lo mismo pero desde un punto de vista eminentemente práctico. Como tantas lecciones de la vida, no es agradable tragar esa medicina, pero quiero creer que nos hará más tolerantes, con nosotros mismos y con los demás: mejores en definitiva, y mejor dispuestos a sobrevivir en estas circunstancias novedosas.
Sobrevivir ‘hic et nunc’, Pedro y Sebastián, a los que efectivamente se os ha ido algo la olla: ¿quién puede hacerse propósito de nada cuando no es tiempo sino de salvar el pellejo? A propósito, Sebastián, felicidades a ti también; Fernando me ha recordado que hoy es tu santo, y te manda recuerdos. ¡Salud para todos!

Pedro López Martínez dijo...

Gracias por esa felicitación, José Manuel.
He de decirte que tu advertencia sobre la crisis de los cuarenta "un poco después y cuando ya creíamos conjurado el peligro" es, más que un aviso, una certidumbre que me lleva por extraños vericuetos desde hace... unos meses. Da un repaso a mis últimas entradas a este blog y entenderás esa quiebra, que por otro lado juzgo necesaria y que, en efecto, nos hará mejores. Así que estoy en condiciones de suscribirlo para, a mi vez, poder trasladarlo a los que vienen detrás, que suelen venir inadvertidos.
Que se nos ha ido la olla?, pues no te imaginas lo que eso mola, te invito a probarlo si está en tu mano; eso sí, en dosis adecuadas a la edad y a la complexión psíquico-física de cada uno.
Más que nunca, salud!!