domingo, 25 de mayo de 2008

EL LIMBO DE LA FÁBULA

No sé si fue sueño o si distraídamente lo leí en la columna volandera de cualquier lunes por la mañana: la infalibilidad de un pontífice tedesco decide enmendar la plana a sus infalibles predecesores en el cargo y, lo mismo para Roma que para el mundo, proclama que no hay limbo, que se clausuró aquella estancia milenaria o que nunca hubo tal en los confines del universo mundo, que lo del limbo era apenas símbolo bienintencionado, una astucia pedagógica de las que no escasean en las santas escrituras, una mentirijilla piadosamente articulada en los suministros historiográficos de la fe cristiana. Al limbo, cuando lo había, iban a parar las almas de los niños que no llegaban al bautizo, es el caso de aquella hermana mía que nació muerta y que mis padres tuvieron que enterrar en una fosa anónima a la que ya no han sabido volver. Y yo, siervo de las analogías imprevistas, me he preguntado a menudo adónde irán a entretener la eternidad de su noche esas intuiciones que de vez en cuando nos buscan y que incluso nos zarandean con su carga sublime de proyecto, esos regalos de la musa ociosa que acuden sin cita al encuentro del artista y seducen su imaginación siempre proclive, pero cuyo haz de luz, sin embargo, no hallará el molde exacto de su afán, sea por mero olvido, elemental pereza o impericia ejecutoria. Durante mis insomnios antológicos me vence la sospecha de que por alguna parte vagan, imposibles y sin título, las ciento ochenta y seis páginas de aquella única novela que Borges no escribió nunca, pero que se le anunció radiante e iluminó su noche cierto día de cierto mes de 1972, a su regreso de una velada casta en la casa de su amigo Bioy, novela cuyos pormenores no comunicó jamás ni siquiera con Adolfo, ni siquiera con María Kodama, pero que -sabemos- masculló en silencio y fue puliendo con memorioso alarde hasta la hora misma de su muerte en 1986.
Es sólo un ejemplo, entre tantos que amenizan la tentación del apócrifo. Mientras guiaba mi automóvil por la autovía de la costa, la tarde de este mayo que declina me ha brindado su ráfaga de inspiración en la forma gloriosa de una novela de novelas, de proporciones ciertamente sobrehumanas: si algún talento atesoras -eso me ha dicho-, ¿por qué no sumergirte con él en el limbo de la fábula, en esa especie de biblioteca virtual donde viven su destino frustrado cientos de historias que se insinuaron en la alforja efímera de algún hacedor desprevenido, y aletearon en la fe de un proyecto, y luego no supieron gozar la necesaria luz de los signos permanentes?

1 comentario:

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Uf, mucho talento habría que atesorar para que tal proyecto no acabará también en ese limbo, en esa biblioteca virtual que mi limitada imaginación no alcanza a imaginar sino como un desierto revolero de papeles escritos, tachaduras y sueños a medio descifrar. Mucho talento, sí, pero todo es posible. Como botón de muestra, de nuevo Saramago -perdón por la reiteración en la alabanza al maestro portugués- y su obra inspirada en Pessoa "El año de la muerte de Ricardo Reis". Creo que don José bajó a ese limbo, salió victorioso de su proyecto, y culminó el bautismo de la encuadernación.