viernes, 9 de mayo de 2008

FRIVOLIDADES Y QUERENCIAS

Ayer no empezó el mundo, ni se va a terminar mañana -pese a la autorizada reserva de un tal Wittgenstein en su Tratado-, le replico al mocoso que sondea la filiación de sus iguales para luego hacer burla del adverso, al amparo de una coyuntura que hoy se le antoja favorable. (Huelga decir que mi réplica elude la insolencia intelectual que arriba coloqué entre guiones).
Puntualmente, como cada año por estas fechas, el calendario futbolero y la razón mediática ven reforzada su sempiterna actualidad con el desenlace de su manojo de torneos y, en consecuencia, con el glorioso vocerío de los unos y el desencanto inconsolable de los otros. Hablo, claro, del aficionado plano que siente un color y un escudo y un himno desde la absoluta irracionalidad de las pasiones sin causa; no de los directivos de palco que gestionan ese sentir ni de las hornadas de profesionales balompédicos que corretean por el césped para justificar nóminas injustificables. Y el péndulo, cuyo sabio azar todo lo iguala, también aquí consigna el rigor vigoroso de su ley, no obstante la penuria argumental de la cosa: pocos discursos más banales que la transcripción oral de un partido de fútbol, y más si éste se arroga la suprema trascendencia.
Siempre he pensado que ser adicto a un equipo y no serlo a otro, al menos en la esencial disyuntiva entre aquel de Barcelona y aquel de Madrid que rige los impulsos de seguidores periféricos y sin patria verdadera -tal es mi caso-, debería interpretarse como un accidente de la infancia, uno más, cuyas secuelas, ciertamente, permanecen de por vida, unas veces para la alegría y otras para su contraria. Se trata de una opción sentimental que se decantó por la savia de raíces borrosas, puro alarde de romanticismo, y que ya nació huérfana de esos fundamentos objetivos que hubieran consentido, en la edad ulterior, su renegociación dialogada; pero una querencia que, sabedora de los caprichos de ese péndulo que nunca descansa y que sobrevivirá a nuestras cuitas, se afirma en cada revés y disfruta de una serena complacencia cuando adviene su bonanza. Una fatalidad, en suma es eso; y también una purga del espíritu para alguien que, como el Machado aquel que no se llamaba Antonio, "no gozo lo ganado ni siento lo perdido", de modo que el rescoldo del evento jamás sitia mi memoria más allá del tiempo mismo de vivirlo, haya sido o no conforme a la querencia.
(Nota pedante.- "Que el sol amanezca mañana es una hipótesis: significa esto que no sabemos si amanecerá", Tractatus-6.36311, de un tal Wittgenstein).

2 comentarios:

Sebastián Mondéjar dijo...

A algunos los rescoldos les queman de por vida. Hay quienes no saben perder ni, por tanto, ganar. Y no sólo en el deporte.

Tu cita de Manuel Machado me ha recordado un fragmento del "Libro del desasosiego" de Pessoa:

"Todo cuanto amamos o perdemos -cosas, seres, significaciones- nos roza la piel y así nos llega al alma, y el episodio no es, en Dios, más que la brisa que no me ha traído nada salvo el alivio supuesto, el momento propicio y el poder perderlo todo espléndidamente".

En materia futbolística se aprecia que tú eres un perdedor -y un ganador- espléndido como pocos.

Un abrazo y que la próxima temporada gane, de nuevo, el mejor.

Pedro López Martínez dijo...

La próxima temporada ganará el mejor, de eso no hay duda.

Es curioso que mi desapego futbolero (mi querencia no es cerril, creo) me lleve a transitar parajes que evitan el corporativismo (a fe que a mí no me baña ningún triunfo en ninguna fuente), más aún: soy de los pocos seguidores que, cuando mi "accidente de la infancia" juega bien y me divierte, me da igual el resultado. Los aficionados que conozco, de uno y otro bando, suelen perdonar el juego si se salva el resultado.

En fin, ya me conoces, Sebas, no soy nada competitivo, ni en esto ni en lo demás.

Un abrazo.