sábado, 5 de abril de 2008

¿SIGUES ESCRIBIENDO?

Como todo el mundo, tengo mis manías, mis susceptibilidades, y, como todo el mundo, procuro transigir con ellas -esto es, tolerar lo ajeno de mí que sin embargo me es tan propio- dispensándoles un algo de respeto y un mucho de conmiseración.
No es infrecuente que, sea por azar o por mera coincidencia de intereses, mis pasos se crucen con los de algún conocido que se significa en la amistad renqueante de otro tiempo o en una camaradería ocasional que quizá brindó momentos dulces y confidencias que a día de hoy devienen anacrónicas. Y, entonces, tras los iniciales escarceos que el protocolo demanda a propósito de la familia, el trabajo y otras noticias confiscadas al formulario inevitable de un encuentro inesperado, es hábito que este conocido que mi memoria ubica en aquel antaño, acaso con la mejor de sus intenciones, deje caer sobre la faz de mi persona la pregunta fatídica, esa suerte de indagación distraída y subliminal que -él no debe sospecharlo, claro- probablemente más sabe incomodarme: ¿sigues escribiendo? La respuesta, inmediata, suele echar mano de algún remedo perifrástico que no delate mi estupor y que, aderezado con pose de modestia, disimule mi cansancio por tener que improvisar pormenores y explicaciones sobre lo que, de tan obvio, bien hubiera merecido la insensatez del contragolpe: ¿y cómo podría no escribir? Desde que me ensimismó la adolescencia, no me conozco otra voluntad más firme que la de juntar palabras que me digan ante mí mismo y ante quienes me rozan, palabras que digan en mí, conmigo, a través de mí, lo que únicamente yo sé que habré de decir para ser quien soy. Por eso me indigna como una sutil variante del insulto el que alguien que me conoce y conoce mi querencia pueda poner en duda mi innegociable destino, más aún, la portentosa obstinación del acto de escribir y su presencia cotidiana, antes que los laureles y los triunfos parciales. En esa simple pregunta siento que se insinúa el caprichoso afán de mis desvelos, o eso es lo que mi susceptibilidad entiende, un margen a la frivolización del ejercicio literario, y por ende a la impostura, que mi orgullo soberano aún no ha aprendido a tolerar. Pero, sobre todo, presupone -acaso, sí, con la mejor de sus intenciones- un recordatorio de la derrota que acecha, de renuncia por desilusión, pues obviamente uno no es ningún autor de éxito ni sale en los suplementos ni las tiene todas consigo si, en frío, analiza los vericuetos de eso que otros llaman sin pudor "carrera literaria".
Pero, ¿cómo podría no escribir?

1 comentario:

Miguel Ángel Orfeo dijo...

"¿Cómo podría no escribir?" Me identifico plenamente con esta respuesta que, lo mismo que tú, suelo callarme, a pesar de que dicha pregunta, inocentemente formulada, nos llegue como si se tratara de una acusación de posible infidelidad. Tal vez quien interpela no llegó a conocer su vocación y por ello no entiende ese amor vitalicio, irrenunciable. Y hay también quien no entiende los desvelos por una actividad que no reporte beneficios económicos o profesionales, sobre todo si no son inmediatos, pero, de estos, en época de "triunfitos" y pelotazos, creo que sobra hacer cualquier tipo de comentario.