viernes, 13 de enero de 2023

NADA DE LAFORET

Transcurrieron treinta y nueve años entre el primer impulso de leer Nada, de Carmen Laforet, y la determinación de hacerlo. En el instituto y después en la universidad, como alumno, y más tarde en los sucesivos trienios como docente, me rondó varias veces una voluntad que poco a poco se difuminaba mientras deslizaba sobre mi conciencia cualquier excusa. Satisfice esa deuda de lectura, al fin, entre el 22 y el 25 de agosto de 2022, y fue verosímilmente porque manoseé al azar una edición barata cuya nota introductoria de diez páginas venía firmada por un tal Eduardo Theirs. ¿Theirs, Theirs Whitton, Eduardo Theirs Whitton? Indagué unos minutos en Internet y... sí, se trataba, en efecto, de aquel profesor argentino que me regaló verdaderas clases de literatura en el lejano Curso de Orientación Universitaria (COU), un maestro al que le había perdido la pista en algún recodo de la vida. Así que aquella complicidad ahora renovada se me impuso como una obligación que disfruté intensamente: nada descubro si añado que Nada, la novela de 1944, sorprende por la madurez de su entonces joven autora, y que aquella obra se instaló ya para siempre como documento imprescindible en el itinerario de la narrativa española de posguerra. Transcribo algunos fragmentos:

"¡Cuántos días sin importancia! Los días sin importancia que habían transcurrido desde mi llegada me pesaban encima, cuando arrastraba los pies al volver de la Universidad. Me pesaban como una cuadrada piedra gris en el cerebro".

"Aquel iba a ser un día de esos que en apariencia son iguales a los otros, inofensivos como todos, pero en los que, de pronto, una ligerísima raya hace torcerse el curso de nuestra vida en una época nueva".

"La vida volvía a ser solitaria para mí. Como era algo que parecía no tener remedio, lo tomé con resignación. Entonces fue cuando empecé a darme cuenta de que se aguantan mucho mejor las contrariedades grandes que las pequeñas nimiedades de cada día".

"Tal vez el sentido de la vida para una mujer consiste únicamente en ser descubierta así, mirada de manera que ella misma se sienta irradiante de luz. No en mirar, no en escuchar venenos y torpezas de los otros, sino en vivir plenamente el propio goce de los sentimientos y las sensaciones, la propia desesperación y alegría. La propia maldad o bondad..."

"Me parecía que de nada vale correr si siempre ha de irse por el mismo camino, cerrado, de nuestra personalidad. Unos seres nacen para vivir, otros para trabajar, otros para mirar la vida".

"Si aquella noche -pensaba yo- se hubiera acabado el mundo o se hubiera muerto uno de ellos, su historia hubiera quedado completamente cerrada y bella como un círculo. Así suele suceder en las novelas, en las películas, pero no en la vida... Me estaba dando cuenta yo, por primera vez, de que todo sigue, se hace gris, se arruina viviendo. De que no hay final en nuestra historia hasta que llega la muerte y el cuerpo se deshace..."

"Bajé las escaleras, despacio. Sentía una viva emoción. Recordaba la terrible esperanza, el anhelo de vida con que las había subido la primera vez. Me marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor. De la casa de la calle de Aribau no me llevaba nada. Al menos, así creía yo entonces".


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