miércoles, 23 de agosto de 2017

Tarde en la playa, ayer, escuchando el batir de olas y las sirenas de las ambulancias. A las columnas habituales de humo que persisten del otro lado de la montaña se suma la noticia del terremoto en la isla de Ischia, a solo un centenar de kilómetros de aquí. Las palomas picotean alrededor de los últimos cuerpos tendidos sobre la arena, demasiado cercanas, casi agresivas, y las gaviotas planean sobre nuestras cabezas cobrando la apariencia de pájaros enloquecidos en un antiguo film de terror. La puesta de sol va instaurando en la atmósfera una sensación de calma tensa, decadente, como si releyera páginas de La muerte en Venecia. Irritabilidad. Desánimo.

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