martes, 27 de septiembre de 2016

La última novela que he leído es en realidad una relectura: L'amore coniugale (1949) de Alberto Moravia, un relato de poco más del centenar de páginas en el que caben sutilmente los rigores psicológicos de un matrimonio burgués, sin hijos, la evocación del devaneo adúltero de la esposa con el barbero del pueblo y la aventura literaria del marido que, ejercitado en la crítica, quiere ser novelista. Mientras pasaba las hojas me sorprendía la novedad de una trama cuyos pormenores no recordaba bien, o que intuía en el seno de ese déjà vu que se solapa a las relecturas. La primera vez la leí sin detenerme, en la meseta treintañera de cualquier domingo ocioso; ahora, en cambio, he necesitado el cuentagotas de momentos sucesivos y de distintos espacios para aprehender mejor -creo- su pirueta metafictiva, el doloso conflicto entre el escritor y el hombre, esto es, entre el arte y la vida. Ah, y un recado para no olvidar, para no ceder a la autocomplacencia: esos siete puntos y la conclusión que el protagonista-narrador vierte al comienzo del capítulo XIV, a modo de crítica feroz de la novela homónima (así se titula, El amor conyugal), fallida, aún inédita, que él mismo se ha empeñado en perpetrar.

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