viernes, 13 de mayo de 2016

A propósito de tiendas, vuelvo a constatar una observación antigua. Se da, con preferencia, en los comercios más populares y en las sucursales de marcas internacionales de ropa; pero también, de otro modo más sutil y acaso más repugnante, en las boutiques exclusivas. Hay un amplio porcentaje de mujeres que suele acceder al lugar como si lo tomara por la fuerza, campando a sus anchas, posesionándose ante las perchas y los expositores, mirando y arrancando y desdeñando y abandonando tal vez al descuido, en el suelo, cualquier tela que se desprende. Ya habrá dependienta o dependiente que se agache a recogerla, que para eso están. Así una prenda tras otra, con afán compulsivo, inmoderado, visceral, satisfecho de su parafernalia consumista. Si hay hombre que la acompañe, la demostración de dominio se torna más ostensible aún, en un alarde de gestos y muecas y movimientos que minimiza y casi ningunea al varón. Es ella la que coge la delantera, la que señala aquí y allá, la que dirige el tráfico hacia los probadores, la que esgrime la tarjeta de crédito para pagar. Mientras, él se inhibe dos o tres pasos más atrás, a remolque siempre, desplazado, asintiendo o negando sin convicción, un poco fuera de juego; o bien rehusó participar en la aventura y se quedó en la puerta mirando el reloj o manejando el teléfono móvil, impacientemente, a la espera de su heroína circunstancial.

2 comentarios:

Juan Ballester dijo...

Tiene que haber gente pa tó, decía El Guerra.

Anónimo dijo...

todas no son así, algunas son educadas y buenas personas en las tiendas, son la excepcion que confirma la regla.