jueves, 19 de mayo de 2011

DE LA LUCIDEZ

Llevo unos cuantos días -en verdad, casi los mismos que llevan miles de personas concentrándose en la Puerta del Sol y en otras puertas de España- acordándome de aquella fábula de José Saramago que nace de una ocurrencia utópica: ¿y si, tras el recuento de las papeletas en un país que facilita el voto periódico de sus ciudadanos y que por eso se autodenomina "democrático", resulta que más del ochenta por ciento de los electores ha optado por la abstención, para evidenciar así la inepcia sempiterna y el descrédito de sus políticos?
Es alentadora la sospecha de que de vez en cuando la realidad quiere parecerse a la ficción y que incluso se apropia verosímilmente de sus fantasías más osadas: hoy se me antoja menos descabellado que ayer el sueño de una juventud -sí, sobre todo de una juventud- que no está tan anestesiada ni tan ciega como dicen, de una juventud que se sabe imprescindible para que triunfe eso que llamamos progreso social, de una juventud que intuye que con sus sentadas multitudinarias y con sus eslóganes de siempre revive el germen necesario de la rebeldía de sus abuelos, esa rebeldía que nadie, nunca, sabrá esgrimir mejor que la propia juventud.
Yo aún no sé lo que haré el domingo cuando me acerque a la urna a dejar la opinión que se me pide porque el calendario lo exige; debo ser uno de esos indecisos que barajan a diario las encuestas. Pero lo que es seguro es que acudiré con la confianza renovada, porque ahora vuelvo a creer que no todo está perdido, porque ahora me siento representado por la actitud de resistencia de esos jóvenes y de los mayores que se les suman para gritar que ya basta, y me va ganando el orgullo íntimo de poder al fin escuchar de sus gargantas el caudal de indignación durante tanto tiempo silenciado.
La novela de aquel portugués irrepetible tiene su planteamiento, su nudo y su desenlace. Lo que el domingo próximo ocurra ya ha empezado a ocurrir, ya se ramifica en todas y cada una de las voces que salen a la calle y manifiestan su verdad y me devuelven la esperanza.

6 comentarios:

Marian Ch dijo...

Ya ves, Pedro, las urnas trajeron más de lo mismo. Quizás sea momento de abandonarlas, de saltar a la calle, de sabotear como hormiguitas, quizás desde casa, incluso podamos hacer algo.

Me encantaba, me encanta Saramago. Sus libros y su persona. Lo sentía como alguien cercano a mí, a tod@s.

Intentaré comprar alguno de tus libros de poesía. He visto desde internet que en una librería de por aquí hay uno. En las bibliotecas públicas no estás.

Saludos.

Pedro López Martínez dijo...

Gracias, María.

Saramago es una debilidad mía, o una fortaleza, quién sabe. Si amas a Saramago -sus libros, su persona- entonces somos cómplices de muchas cosas buenas, estoy seguro de ello.

En cuanto a las urnas... es verdad, más de lo mismo, aunque pretendan decirnos que ha cambiado algo.

Salud!

Marian Ch dijo...

Ya tengo encargado "Libro Ciudad" que es el único que tenían en la librería Elkar. Ya te diré si me gusta. Es probable que ponga algún poema en el blog. Si no quieres, dimelo.

Saludosssssss

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Como dice María, las urnas trajeron más de lo mismo. O no. Al fin y al cabo, la opción mayoritaria sigue siendo la abstención. Pero, paciencia, yo soy optimista y considero, junto a muchos, que esto es una lucha de fondo. Por lo pronto, ya es hermoso este sentimiento de reconciliación con el género humano de aquellos que, por venir indignándonos individualmente, íbamos casi a la deriva de la misantropía. Ya intuía, por mi formación de sociólogo, que sólo podía triunfar un movimiento ajeno a las banderas y las siglas, pero sigo maravillado ante el prodigio de la espontaneidad organizativa y libertaria que inunda las calles y las plazas de gente corriente, concienciada, tolerante. Anoche, por ejemplo, regresé a casa, emocionado, de la concentración frente al Congreso de los diputados. Allí, mientras disfrutamos dos o tres mil personas de una indignada cena colectiva, un anciano con boina se desahogaba, micrófono en mano y a paso y medio de los antidisturbios, de lo que consideraba los últimos setenta años de dictadura. El postre vino luego, cuando se estableció una rudimentaria conexión (teléfono móvil y megáfono) con los acampados de Barcelona, de modo que cantamos unos y otros al unísono, reduciendo a la nada los seiscientos kilómetros que nos separan y haciendo añicos la estúpida rivalidad fomentada por intereses espurios a los ciudadanos... En fin, Pedro, que yo también me acuerdo, inmerso en la vorágine de estos días, amplificada, en mi caso, por vivir a dos pasos de la Puerta del Sol o del Congreso, me acuerdo de Saramago lo mismo que tú: a él, que siempre estuvo en la vanguardia de la utopía, cuánto le hubiese gustado participar de este florecimiento de la conciencia ciudadana. Ojalá pueda verlo desde el cielo de los ateos y le gane, como a ti, ese orgullo íntimo de ver la lucidez en las ágoras.

Pedro López Martínez dijo...

Miguel Ángel, cómo te agradezco esta apreciación tuya, de primera mano. Muchas veces en las últimas semanas he envidiado a quienes podéis acudir a la Puerta del Sol o, como en el caso que relatas, a la sentada frente al Congreso. Yo lo seguí a través de las imágenes en directo que afrecía un programa de La Sexta. Y Saramago estaría orgulloso de esa juventud que sale a la calle y habla; creo que, de algún modo, su figura humana es un referente para los indignados de hoy.

Salud, amigo!!

carmen dijo...

Qué alegría, amigos!