viernes, 20 de junio de 2008

SER ESCRITOR

¿Por qué escribo? ¿Para qué o para quién escribo? ¿Soy escritor? Son preguntas que quienes alientan en su ser el afecto inefable de la palabra escrita suelen formularse a veces, o bien, para prolongar una velada que decae, se las formulan otros cuya apetencia conocen: tales indagaciones resultan rentables en cenáculos al uso, ora labren terrenos de amplitud metafísica, ora zozobren en párvulas frivolidades disfrazadas de sentencia. Lo cierto es que explicar las razones que sustentan esa única razón de vida no es nada fácil -no lo será en ninguna disciplina del arte-, seguramente porque el misterio de la creación se gesta a edades muy tempranas, en ese dominio del subconsciente que antecede y preconiza al albedrío intelectual del que luego se alimenta, puro instinto de afirmación y de sobrevivencia, otra más entre las pasiones que nos poseen y que sin embargo nos definen, pues aprendemos a asumirlas para ser nosotros, poco a poco, quienes acabamos poseyéndolas a ellas. Quizá es por eso que, ante cuestiones de esta especie, la respuesta más socorrida suele ampararse en los juegos de ingenio o en la mera ostentación retórica, si no echa mano del lustre de una cita autorizada que se postula como impecable paradigma.
Yo no sé decir por qué escribo, pero sí que no sabría no escribir, esto es, que no sé imaginar el tiempo que me resta sin la luz de ese horizonte que se ha ido grabando a fuego lento no sólo en la percepción que tengo de mí mismo, también en la que procuro proyectar en los demás; y escribo porque es una tarea para la que me siento capaz, de modo que aunque me enorgullecen los logros no dejo de reciclar cada fracaso cotidiano como un lindo reto, y es en el equilibrio entre ambos polos donde a menudo triunfa la felicidad, la dicha de sentirla. Más arduo se me antoja a mí recabar argumentos sobre qué sea o signifique ser escritor, salvado el prurito romántico de que -así lo entiendo yo- no cualquiera que escriba merecerá tan alta etiqueta, al punto de que tampoco será descabellado persuadirnos de que, para ser cabalmente escritor, escribir no es requisito imprescindible. Me tienta cerrar con una frase de Roland Barthes, de su ensayo Crítica y verdad (1966), que subrayé en rojo hace media vida y que hoy -con idéntico acuerdo y adhesión, con el fervor discreto de quien de nuevo capta y aprueba la inteligencia del matiz- me ha devuelto el azar en forma de amarilla fotocopia de universitario que fui: "Es escritor aquel para quien el lenguaje crea un problema, aquel que siente su profundidad, no su instrumentalidad o su belleza".

4 comentarios:

Sebastián Mondéjar dijo...

¿Qué nos hace escritores? El idioma, cualquier idioma, es un vehículo. Nosotros, al escribir, lo conducimos; y, así como cuando manejamos un coche sentimos a veces que quien viaja es el paisaje, que son el coche y la carretera los que nos conducen a nosotros, no hay nada como sentir que es el propio idioma el que nos lleva, que son las palabras las que nos escriben a nosotros, las que nos hacen escritores. Aunque, como muy oportunamente dices, “para ser cabalmente escritor, escribir no es requisito imprescindible”. Porque a veces olvidamos los silencios, que también son parte del idioma. ¿Cómo los administramos? ¿Qué callamos? Yo creo que un punto de silencio en todo lo que se dice o se escribe es necesario, y puede que sea incluso lo que nos dé la medida de un verdadero escritor.

Por otra parte, la frase de Roland Barthes me ha recordado un un1verso que tengo por ahí aparcado: “Poema: abreviatura de problema”. Un amigo poeta me dijo que, en realidad, un poema nunca tiene que ser un problema. Pero, al margen de que no pase de parecer una frase ingeniosa, yo la escribí desde esa otra perspectiva.

!dulaS

Pedro López Martínez dijo...

Así es: el silencio necesario, el barbecho del que hablábamos a propósito de otra entrada. Yo iría más lejos en lo de que no hace falta escribir para ser cabalmente escritor, y es porque lo concibo (al escritor) como una forma de ser y de estar en el mundo, con una capacidad innata para la observación de la realidad y para problematizarla a través del lenguaje, o viceversa, para problematizar el lenguaje a través de la realidad. La verdad es que la cita de Barthes me sigue pareciendo imprescindible, pues no sólo se sitúa más allá del lenguaje como vehículo de comunicación, sino también más allá de la función estética, salto cualitativo bastante sutil.
Te saludo del derecho y del revés, sabeS.

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Yo concibo la escritura fundamentalmente como un juego, un juego apasionado, irrenunciable, intrínseco a mí. Es el vicio constante de intentar sorprenderme, de leerme como si fuera otro. Desde este punto de vista, le doy tanta importancia a la profundidad (significación) como a la estética (sonoridad), así que la cita de Barthes me crea ciertas dudas. No obstante, creo que ser escritor (o sentirse escritor) es una cuestión de actitud más que de aptitud. Lo demás son poéticas.

Pedro López Martínez dijo...

Completamente de acuerdo, Miguel Ángel, pues no concibo la "profundidad" sin su pizca de juego, si bien cada cual le pone el porcentaje que le parece. (¿Qué dirían los clásicos barrocos de todo esto, que dirían Valle-Inclán o Torrente Ballester? Lo lúdico está en la génesis del arte, y el arte no puede subsistir si renuncia a ese elemento fundamental. La sorpresa, la "extrañeza", la necesidad de impresionar e impresionarse, de seducir, son elementos que se apropian del concepto de juego y que no excluyen (porque le es consustancial) la estética. Lo que a mí me llamó la atención de la cita de Barthes, insisto, es la vuelta de tuerca al formalismo estético, que parecía el fin último de la escritura una vez superada la función comunicativa.
Y, claro es, comparto plenamente contigo que ser o sentirse escritor (¿no es lo mismo, al cabo?) es más una cuestión de actitud que de aptitud, una "razón de ser".

Un abrazo, amigo!