martes, 26 de febrero de 2008

MODELO PARA COMPROMISOS

Muchos son los que entienden el mundo y su paso fugaz por el mundo como una retahíla sucesiva y casual de instantes y aconteceres cuyo triste final es siempre, inevitablemente, el olvido, o eso que llamamos olvido y no sabemos muy bien de qué sustancia está hecho. Pero hay unos pocos que lo entienden de otro modo, que no se resignan a esa pérdida ni a ese olvido, que sospechan o necesitan creer que tras el tedio aparente y la aparente trivialidad del instante vivido emerge a menudo un nutrido ejército de signos y de músicas que, si así lo quiere el azar o la voluntad o el mero capricho de la musa, honrarán lo anodino como asunto memorable, o, lo que es igual, como excusa para el Arte. Son los poetas, y su gracia, la gracia innata del poeta, consiste en haber sabido mantener y prolongar un cierto don de sorpresa ante las cosas que acontecen, ésas que ya no son secreto para el común de los mortales o que el común de los mortales no acierta a expresar con una estética. Y es merced al ejercicio de su arte como el poeta salva esos momentos, los amnistía temporalmente del olvido riguroso, olvido que, pese a tanto esfuerzo y a tanto desvelo, todo lo engullirá al cabo con su voracidad insaciable. Y esto es a mi juicio lo que hemos venido a festejar en este acto: la tenacidad y la sensibilidad de un ser que aún hoy es capaz de captar lo irrepetible en lo pequeño, en lo que a otros nos dejaría indiferentes, y lo hace desde la humildad de un destino asumido, sin buscar nada a cambio, nada que esté más allá de la íntima satisfacción de su propósito, sabiendo que nadie lo va a entrevistar en el telediario, que nadie lo va a nominar para el Cervantes, que nadie va a rifar su candidatura para una vacante en la Academia; sabiendo, sí, que su humildísima existencia de poeta ya lo emparenta con los cientos y miles de bardos anónimos que no precisan los premios ni la pompa de las candidaturas para seguir tejiendo a su modo, entre los suyos, la minuciosa tela de araña que ampara a la poesía, la auténtica, esa poesía sin trampa que surge del pueblo y que al pueblo regresa en una suerte de reminiscencia juglaresca.
(Aquí, con bondad contenida, ya tocaría hablar del libro).
No es sabio que el presentador hurte a los lectores el placer de gustar por sí mismos los diversos matices de este libro. Es, pues, ocasión de que calle, y que el padre de la criatura dé voz a unos versos que desde ahora dejan de ser suyos para ingresar en los dominios de la Poesía con mayúscula, la que brota en la modestia de estos encuentros y nos salva de nuestros demonios más humanos. Gracias por confiarte a mi persona, amigo X, y a ustedes por la paciencia.

4 comentarios:

Pedro López Martínez dijo...

Temo que esta entrada exige una explicación. En los últimos años he recibido varias ofertas para presentar un libro de poemas o un simple recital. Lo cierto es que no suelo negarme, salvo imponderables, pero también es verdad que a menudo esos libros y esos recitadores no son de mi gusto poético y me ponen en un serio compromiso, porque también me roban tiempo. El caso es que el texto que he colgado lo he repetido de viva voz, en diversos antros y ante ojos y protagonistas diferentes, en más de una ocasión, con un efecto generalmente propiciatorio. Pero no hace mucho lo descubrí en letra de molde y me dio un gran sofoco: resulta que el poetastro de turno, al que tuve la deferencia de defenderle un libro indefendible, decidió por su cuenta, sin consultarlo con quien lo firma, adosar mis palabras a su nueva camada de poemas, a manera de epílogo rimbombante. Y esta tarde se me ha ocurrido que colgándolo aquí me quito un peso de encima; así, además, si alguien me pide una presentación o similar, que no se extrañe si por enésima leo este discursito, eso sí, añadiendo la correspondiente cuña laudatoria de su meritorio volumen.

José Manuel dijo...

Tendrás que perdonar el entusiasmo poco afortunado que animó a tu protegido a vulnerar la ley de propiedad intelectual si a ello le indujo la tentación de creer sus versos musa de un discurso tan inspirado, aunque esto suponga que te lo pienses dos veces en lo sucesivo ante tales invitaciones, considerando que, habiendo dado circulación impresa al panegírico, está feo volver a “copiar y pegar” ese recurso tan provechoso.

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Si te digo la verdad, Pedro, ese digamos plagio del elogio, utilizado para sí por parte del poetastro, me inspira cierta compasión. Si el otro día hablábamos de vanidades, añado ahora que cabe suponer desgraciados a aquellos que se la prefabrican, y adivino, también, que en aquel poemario del susodicho, siquiera inconscientemente, subyacerá la indigencia creativa que demostró en su hurto.

Sebastián Mondéjar dijo...

Es cierto que hay muchos pésimos poetas y que se publican infinidad de libros verdaderamente horrendos; a mí también "me ha tocado" alguna vez presentar alguno, como si mi simple opinión o mi presencia constituyesen un aval de calidad, o algo parecido. Pero en semejantes situaciones siempre me acude a la mente una cita del gran Herman Hesse que creo oportuno dejar caer aquí: "Se hacen, y se puede comprobar que el hacer malas poesías es mucho más venturoso que las lecturas de las más bellas de todas".