viernes, 1 de febrero de 2008

CARENCIAS

Demasiado sé que no se puede leer todo, sólo el pensarlo me arrastra hacia un extraño vértigo; como también sospecho que decenas de libros míos, adquiridos con un remoto afán en la promiscuidad de los bazares para que hoy sus lomos se disputen uno o dos centímetros de mi propia estantería, nunca hallarán su instante de luz entre mis manos. Pero hay carencias que pesan como una losa simbólica, hasta minar incluso -hablo, claro, de intimidades pocas veces reconocidas en público o, lo que va más lejos, encubiertas bajo la autoridad de un par de lugares comunes- nuestra conciencia intelectual, por lo común tan soberana y tan satisfecha y tan soberbia. Por ejemplo, los clásicos más clásicos, los de la Grecia y la Roma anteriores a Cristo. Mi acercamiento a ellos fue siempre azaroso, sin la bondad del método, huérfano de esa perspectiva panorámica e integradora que me permitiese rendir con mis armas, sin mediaciones hiperbólicas ni fáciles topismos, la solidez sin trampa de su visión de mundo. Conservo un manual de mis estudios de bachillerato que se titula simplemente así, Griego (José Alsina Clota y Rosa A. Santiago Álvarez; ed. Anaya, 1981), un valeroso volumen distribuido en 48 temas que alternan asuntos de lengua con otros de cultura general, entre éstos los específicos de literatura. En algunos epígrafes, muy pocos, aún se aprecia el cuidadoso subrayado del escolar que fui; pero la mayor parte de las más de trescientas páginas me es ajena, y por supuesto he olvidado las nociones de gramática que algún profesor se esforzó en inculcarme, a juzgar por las cuartillas-resumen de casos y conjugaciones que dormitan en su interior. Lo hojeo, y la selección de textos a propósito de cada tema se me antoja apropiadísima: preciosos ramales para tirar del hilo del saber a partir de la somera bibliografía que ahí se recomienda. No voy a estudiar el griego ahora que ya peino canas; sin embargo, es tentador incrustarse en esos ámbitos de la antigua cultura griega con la aplicación de un alumno que desea redescubrir, por el puro placer, con la obstinada fe del autodidacta, aquella parcela exacta de aquellos planes de estudio que mi inconsciencia adolescente no llegó a satisfacer.

4 comentarios:

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Yo también recuerdo haber estudiado con más desidia que método a los griegos, y también estoy tentado muchas veces de retomar, ahora ya con placer, aquel estudio. Pero siempre tengo entre manos una lectura elegida al azar, sin método, que posterga mis buenas intenciones. Consuelo neciamente mi carencia pensando que ellos, los griegos, tampoco tuvieron tiempo de estudiarme a mí.

Miguel Ángel Orfeo dijo...

...a mí, a nosotros, a nuestra rocambolesca modernidad, quise decir, ja ja ja...

Vargas dijo...

Los libros que leemos, y los que dejamos de leer, constituyen nuestra particular "bibliosincrasia". La mía, como tantas otras, me imagino, se ha formado a base de muchas carencias y de no pocos excesos. El caso es pasarse la existencia esquivando la dorada medianía. En fin, qué vida más mala.

Sebastián Mondéjar dijo...

¡Cuanto espacio, Pedro, ocupan las carencias! Comparto y me identifico totalmente con tus cuitas y tus sentimientos. A mí me ocurre con infinidad de cosas. Pero sin carencias no seríamos lo que somos (que eso sea bueno o malo depende del grado de conformidad con uno mismo), y de no ser el lúcido Sócrates consciente de las suyas jamás habría exclamado "Sólo sé que no sé nada". Efectivamente, Orfeo: Sócrates no tenía ni zorra idea de nosotros.