sábado, 1 de abril de 2017

Mi afición a las frases elocuentes, a los aforismos y sentencias, viene de lejos. Todavía no me afeitaba la barba cuando leí o capturé al vuelo estas palabras que luego registré en cualquier cuaderno: "El Arte es una amante celosa, que no admite rivales". Es probable que desde entonces me haya afeitado alrededor de cinco mil veces, según una estimación aproximada, y que me haya susurrado esas mismas palabras en cientos de ocasiones, y que mi fe se haya inclinado ante el compromiso noble que destilan. Sin embargo, hasta hoy no había reparado en que nunca me las tomé demasiado en serio (ya saben: me casé dos veces, tuve tres hijos...). Sé que la mayor parte de quienes se sueñan artistas han afrontado algún día la dolosa disyuntiva de elegir entre acomodarse a una forma de vida y entregarse a la tiranía de una obra. Yo no: yo nunca calculé seriamente que una familia (o dos) pudiera ser impedimento para mi carrera literaria; yo siempre confié en que ambas, familia y carrera, se realizarían codo con codo, sin estorbarse, cómplices de un único destino; yo...
Temo que hasta el último latido me acompañará la duda de lo que hubiera podido ser (de un lado) si no hubiera sido cuanto fue (del otro lado).

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