lunes, 5 de marzo de 2012

ACHAQUES

A mediados de julio cumplirá trece años, pero al paso que voy ni siquiera entonces habrá vencido la frontera de los doscientos mil kilómetros. Duerme en la calle desde hace más de un lustro, y con eso está todo dicho, o casi: le arrebataron la antena de la radio y también el tapacubos de una de sus ruedas; recuerdo una temporada en que el faro de la izquierda solo se encendía con un golpe sutil de la suela de mi zapato; el piloto del intermitente trasero de la derecha va remendado con un adhesivo que disimula las grietas; el espejo retrovisor derecho ya se ha acostumbrado al vendaje de cinta aislante, desde que una mañana me lo encontré mutilado sobre el capó; la quinta puerta, la del maletero, dejó de funcionar con el sistema de control remoto, así que siempre que abro o cierro he de introducir la llave; hay otra puerta, la trasera izquierda, que tampoco se somete a la orden automática; el elevalunas posterior derecho va fijo, soportado por una tabla de madera que ingenió mi cuñado; de vez en cuando la puerta del copiloto no reacciona, así que cuando lo aparco tengo que bordearlo y comprobar uno a uno todos los cierres; ninguna de las puertas de atrás abre desde adentro... Y ayer mismo, mientras conducía, se deslizó el cristal de la ventanilla del conductor y ya no quiso subir hasta que reapareció el ingenio de mi cuñado. Por poco tengo que dormir con él en la calle, protegiéndolo del saqueo, solidarizándome con su intemperie.

1 comentario:

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Magnífico retrato, Pedro. Cualquiera puede ver en él una metáfora precisa de la situación en que se encuentra el llamado "Estado de bienestar", ese vehículo que parecía eterno. No quiero ni pensar de qué sería metáfora el inexorable cementerio de automóviles. Pero cabe otra lectura mucho más optimista, que es tomar al vehículo como símbolo supremo de nuestras servidumbres. Entonces los cementerios de automóviles, sus montañas de herrumbre, podrían mirarse como un inexorable monumento de la liberación.