domingo, 23 de noviembre de 2008

SÁNCHEZ DEL CASTILLO, ADÁN Y YO

1.
A mi abuela materna, que falleció en 1995, le escuché varias veces la remota historia de un hermano suyo al que ella no conoció, que al parecer se había metido en un convento con la intención de hacerse cura, pero que no llegó a cantar misa porque lo sorprendió la enfermedad y la muerte cuando tenía alrededor de veinte años. No lo conoció porque eran sólo hermanos de padre: su madre había muerto, del cólera, cuando ella apenas alcanzaba los dieciocho meses de vida; entonces el padre viudo se casó con otra mujer y ella se crió con unos tíos mayores que no habían tenido descendencia; así que la relación entre padre e hija se tensó o se fue haciendo cada vez más esporádica, sobre todo cuando él y su nueva familia, ya numerosa, se marcharon a vivir definitivamente al pueblo de al lado.

2.
Desde que me recuerdo, siempre tuve una inclinación natural por los libros, cosa insólita si se considera que en la casa donde nací no los había y que tanto mis padres como mis cuatro abuelos y las generaciones que los anteceden en el tiempo nunca tuvieron la oportunidad de completar siquiera lo que hoy llamamos estudios primarios. Sin ser analfabetos, que no lo son, sí es verdad que carecieron y carecen de la competencia imprescindible para adentrarse en la lectura ociosa y desentrañar sus códigos, aventura que se torna imposible si hablamos de la poesía. Quizás por eso, algo muy dentro de mí alienta el dudoso orgullo de haber sido un pionero de sangre en los ámbitos de la cultura, una especie de inconsciente precursor que poco a poco fue llenando de libros aquella casa, y luego las otras casas en las que he vivido; hasta el punto de que la incontinencia de ese mismo virus me impulsó también a escribir mis propios libros, otra forma de osadía si nos retrotraemos al espacio de mis orígenes, pero un ejercicio de identidad y de afirmación personal que, a estas alturas, ya se me antoja irreversible.

3.
En mi primitivo afán de lector, yo devoraba cuanto tenía a mi alcance, que por cierto no era mucho. Me detenía en los fragmentos de los libros de texto que cada curso me deparaba el criterio selectivo de don Fernando Lázaro Carreter (gracias a él aún puedo recitar de memoria a los hermanos Machado y a García Lorca, a Miguel Hernández y a Blas de Otero); o bien algunos clásicos que el azar o la pura intuición iban sacando de la biblioteca del municipio (allí me topé con los heterónimos de Pessoa, por ejemplo), y también varias novelas en cuya portada llevaban un triángulo invertido en color rosa muy vivo, novelas que en la distancia bien puedo llamar de autoayuda (sépase que muchos años después perpetré y leí una tesis sobre literatura erótica). Y, con idéntico afán, desprovisto de criterio, cada año les daba mil vueltas a los programas sucesivos de las fiestas de mi pueblo, donde se solían mezclar las rimas de autores locales con páginas de patrocinadores comerciales y un remero de artículos relacionados con el paisanaje. Fue ahí, en el programa festivo de 1982 (yo entonces tenía quince años), donde encontré un poema titulado Adán, atribuido a un tal Sánchez del Castillo, un poema que me sorprendió poderosamente desde aquel comienzo mítico: "Adán, / qué gran principio el tuyo, amigo Adán".

4.
Pasó el tiempo -que, como ustedes saben, nunca deja de pasar salvo en raras ocasiones-, y diez años después, en 1992, al Concejo de Moratalla, que es mi pueblo, se le ocurrió contar conmigo para antologar en un volumen a todos los escritores moratalleros que han sido y son, y también a los que están sin serlo, un censo con ribetes localistas que hoy juzgo excesivo y que en aquel entonces realicé en sana colaboración con mi amigo el profesor Gustavo Romera Marcos, impenitente divulgador de las cosas de su tierra. Yo, mal que bien, creo que cumplí aplicadamente con mi parte del trabajo; pero es el caso que en mitad de la tarea tuve que marcharme a una universidad del norte de Italia con el beneficio de una beca de estudios, así que, antes de partir, consensué con Gustavo que en lo tocante a Sánchez del Castillo no podíamos dejar de incluir el impresionante poema Adán, pues, según mi entender, y también el entender suyo, era una reliquia poética extraordinaria y fuera de lo común en estos pagos. Y así se hizo.

5.
Algunos años antes, a finales de la década de los ochenta, yo había conocido al poeta Javier Orrico Martínez, autor de La memoria inventada, que fue para mí libro de cabecera durante mucho tiempo. Resulta que un día, en la Facultad, me senté en un banco junto a una chica de Caravaca cuyo apellido era Orrico, así que indagué si tenía algo que ver con el tal poeta y ella me certificó que, precisamente, ése mismo era su hermano. De modo que una noche de mayo, en aquella escalinata donde se concentraban los bares de copas de Caravaca, la chica y yo nos encontramos por casualidad entre el gentío, y ella aprovechó la ocasión para presentarme a su hermano Javier, quien no por casualidad andaba por allí. Tengo que admitir que tanto él como yo íbamos algo..., en fin, como era costumbre ir en las fiestas de la Cruz: yo le recité de memoria uno de los poemas de su libro, mientras él, Javier, declaró por su parte -seguramente para congraciarse conmigo- que los mejores poetas de Caravaca solían ser habitualmente los nacidos en Moratalla, así el caso de Elías Los Arcos, pero sobre todo el del malogrado Sánchez del Castillo, cuyo poema Adán podía figurar sin complejo en cualquier antología, a despecho de las archiconocidas 'canseras' y de otros ripios de la murcianía profunda.

6.
Entre tanto, yo avanzaba en mi peripecia personal: empecé a ganarme la vida dando clase en los institutos, conseguí después de varios intentos un permiso para conducir automóviles y publiqué algunos libros de poemas que casi nadie leía o que ni siquiera entendían los entendidos, que, ya se sabe, son los primeros que tienen que entender los poemas para que a uno lo alcance alguna prebenda literaria. Y así, en dulce o amarga soledad conmigo, allá por el 2003 o el 2004 consideré cerrado un poemario muy meditado y muy particular, lleno de invocaciones a la geografía de mis orígenes, a las personas que poblaron los fantasmas de mi infancia y a esos mitos de aquel entonces que tienen la virtud de ya no tambalearse nunca, porque los forjó y los esculpió el barro de la inocencia. Al frente de aquel poemario, que aún sigue inédito y que cualquier día habrá de titularse Identidades, pertenencias, sentí casi de repente la imperiosa necesidad de colocar, como una especie de pórtico ineludible, y también a modo de reconocimiento y homenaje, precisamente los versos iniciales de aquel poema fundacional de Sánchez del Castillo, ésos que encontré en un programa de las fiestas de veinte años atrás y que luego había rememorado tantas veces: "Adán, / qué gran principio el tuyo, amigo Adán".

7.
A todo esto, un tal Jesús, otro hermano de padre de mi abuela materna, siguió viniendo a Moratalla todos los años con la ocasión y excusa de los encierros de vaquillas, que al parecer le gustaban mucho porque los había vivido de chico, antes de trasladarse con los suyos a la vecina Caravaca. Sé de buena tinta que en esas visitas, que no duraban más de una mañana, él siempre se preocupó de contactar con mi abuela, o bien hacía lo imposible por ver un rato a mi madre, lo que contribuyó a mantener mínimamente vivo ese tenue hilo de sangre, hilo por el que -todo hay que decirlo- mi propia abuela, en su fuero interno, nunca hizo nada, quizás por un prurito absurdo de desapego o de rencor hacia el padre que apenas conoció. Este Jesús que derrocha tanta amabilidad y afecto, me decía mi madre, es el hermano de aquel otro que iba para cura y que no llegó a cantar misa porque se murió tan joven, de una tuberculosis o de alguna enfermedad de las de entonces. A Jesús yo empecé a tratarlo un poco y a reconocerlo como pariente sólo en los últimos años, cuando asistía sin excusa a los entierros sucesivos que nos iba deparando el calendario de la vida: el de mi abuela, el de mi abuelo, el de mi tío.

8.
Y alcanzamos a la primavera de 2007, a mis cuarenta años recién cumplidos. Durante una comida familiar, mi madre comenta que ha visitado a su tío Jesús, el de Caravaca, y que éste, en el transcurso de la conversación, le ha dicho que su hermano Antonio, el que iba a ser cura y murió joven, tiene desde hace años una calle a su nombre en Moratalla. ¿Una calle a su nombre? ¿Por qué?, me pregunté con una punzada de clarividencia. ¿Le han dado su nombre a una calle del pueblo porque iba a ser cura? Qué tontería. ¿Se la han dado porque murió a los veintidós años? Absurdo. Si tiene ese reconocimiento del consistorio será por algo más, me dije, así que durante unas pocas horas me convertí en el detective que se afana en buscar pruebas para corroborar sus intuiciones. Contrasté fechas y apellidos y nombres, y cuando ya no me quedaban dudas cogí un ejemplar de la antología aquella sobre escritores moratalleros y me fui a Caravaca, al número 22 de la calle Planchas donde vivía el tío de mi madre, Jesús. Me identifiqué con mucho tacto, pues no quería meter la pata en un asunto tan delicado, y después le mostré la página con la fotografía antigua que en ese volumen acompaña al nombre del poeta Antonio Sánchez Fernández, que firmaba como Sánchez del Castillo: él, sin vacilar un ápice, me dijo que sí, que en efecto ése era su hermano Antonio, el mismo que se fue con los carmelitas descalzos a Castellón y que agarró la tuberculosis y murió en 1957, a los veintidós, y hasta creyó recordar que años atrás le habían pedido esa foto de su hermano para ponerla en un libro con escritos suyos, pero que luego nunca supo en qué quedó todo aquello.

9.
Ni que decir tiene que el impacto de la revelación me duró semanas y meses, y que aún hoy me sigue fascinando. Después de toda una vida en pos de mis sueños literarios, sintiéndome pionero, escribiendo y publicando libros que casi nadie lee... ahora, vencidos los temidos cuarenta, y a tan sólo unos meses de que se cumpla exactamente el medio siglo de la muerte del poeta Sánchez del Castillo (el 13 de noviembre de 2007), los azares me ponen ante este eslabón impensado, nada más y nada menos que en la persona del admiradísimo autor del poema Adán. De inmediato, me sentí llamado a la tarea más romántica de cuantas he afrontado jamás: me convencí de que a mí me tocaba recuperar sus escritos -organizarlos, restaurarlos- y procurarles una edición que fuera digna de su valor objetivo, y también, por qué no, digna de su lugar en mi genealogía: reencontrarme con un tío-abuelo poeta no era una cuestión baladí, ni mucho menos. Hablé con los alcaldes respectivos de Moratalla y Caravaca para contarles no ya la historia de esta revelación, sino mi propósito inmediato. Trabajé durante todo el verano y presenté el manuscrito con los poemas y mi epílogo a la recién creada Ediciones Tres Fronteras. Las cosas iban más despacio de lo que yo hubiera querido, pero el domingo 10 de febrero de 2008 pasé por la casa de Jesús, en Caravaca, para que él o cualquiera de sus hijos firmase el contrato de edición a nombre de los herederos. Él, aunque bastante decaído en su salud, me volvió a mostrar su ilusión por esta empresa. Lamentablemente, apenas veinte días después de mi visita, el 1º de marzo de este mismo año, recibí por teléfono la noticia de su fallecimiento, por lo que él tampoco ha podido ver la realidad física de este libro de su Antonio, como él lo llamaba.

10.
Después de este recuento de casualidades y de peripecias personales, comprenderán ustedes, amigos y curiosos -que no curiosos amigos- que me sienta muy satisfecho de la publicación de este libro, por lo mucho que significa íntimamente para mí y porque, honestamente, entiendo que el talento de su autor demandaba un empeño editorial y un esfuerzo divulgativo mucho mayor que el que se hubiera podido brindar desde la comarca. Concluyo, pues, con una sensación de alivio, de misión cumplida, y quiero hacerlo, como no podía ser de otro modo, leyéndoles los versos completos de aquel Adán de Antonio Sánchez Fernández, el poeta Sánchez del Castillo:

Adán,
qué gran principio el tuyo, amigo Adán.

Te hizo Dios.
Dios te formó de hierba,
te bañó de rocío,
te construyó con adelfas de plata,
te coronó de nardos,
te llenó los ojos de uvas,
hizo tus manos de madera de acacia,
tu cuerpo lo formó de una sola mirada,
¡y qué mirada ésta, amigo Adán!

Entonces eras tú
como un beso arrastrado por los ángeles.

Te dejó Dios caer como una pluma,
y era tuyo el árbol
y era tuya la risa picaresca de los juncos,
tuyos la mar, la arena, el sol...

A ti los vientos llegaban
y se hacían en tu frente
rizos de lirios y rizos de azucenas.
Y tuya era la vida.

Solo tú allí,
te anochecía.

Y Dios con sus palabras iba formándote los muslos,
dejándote los pájaros sembrados en tu cuerpo.

Todo lo poseías tú:
tuyo era Dios
y tuya la poesía...

Qué gran principio el tuyo, amigo Adán.

6 comentarios:

Pedro López Martínez dijo...

El próximo martes, 25 de noviembre de 2008, a las 20.00 horas, será presentado en el Salón de Actos de la Biblioteca Regional de Murcia el libro "Adán y otros poemas", de Sánchez del Castillo, volumen de cuya edición soy responsable. Ese día leeré, en mi turno, salpicando con las inevitables ocurrencias del directo, algo parecido al texto que aquí he colgado con este título, como primicia para los habituales del blog.
Salud!

carmen dijo...

Como ya te dije me resultó muy grata la lectura del libro que nos ocupa. Además del poema de Adán encontré otro puñado realmente buenos y, en general, todos rezuman esa inocencia y autenticidad que solo encontramos en los libros primeros, que no primerizo en este caso.
Los leí con el corazón un poco encogido sabiendo, como sabía, su trágico y precoz destino, tanto amor hay en ellos por la vida y la naturaleza, tantos anhelos e ilusiones que nunca verían cumplida realización.
Raro es el poema de Sánchez del Castillo en el que no aparezca "pájaro" en algún verso, Le deseo , pues, al libro un vuelo alto y de larga distancia.
Saludos a todos.

Sebastián Mondéjar dijo...

Enhorabuena, Pedro, por tan fabuloso hallazgo. La historia es fascinante (y, como no podía ser menos, la has contado muy bien); tu iniciativa y tu peripecia editorial, admirables; y el poema "Adán", espléndido, con versos que erizan la piel. Llevo dos o tres semanas muy ocupado, pero haré todo lo posible por acercarme luego a la presentación.

!dulaS

José Lorente dijo...

Hola Pedro, soy Pepe Lorente.

Sólo quería desearte buena suerte con este nuevo proyecto. Me hubiese gustado estar esta tarde en la presentación, pero un poco más tarde Marta tiene una actuación y va a ser imposible.

Por cierto, leyendo esta entrada estaba yo desde el párrafo uno deseando que ese tío abuelo tuyo fuera Sánchez del Castillo y a la vez diciéndome que era imposible, que sería un giro demasiado literario, que la vida en verdad no tiene estos extraños significados. Supongo que puedes sentirte afortunado no ya del parentesco, sino de haber llegado a él de una forma tan casualmente hermosa.

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Muchísima suerte, Pedro. Lógicamente, tampoco yo he podido acudir físicamente, pero espiritualmente he estado allí para apoyarte en tan romántica iniciativa. Al margen de la calidad poética de Sánchez del Castillo, que indudablemente la tiene, la historia del reencuentro genealógico es, en efecto, fascinante y, si me lo permites, con un halo esotérico que amplifica el alcance de tan hermosa resurrección.
Un abrazo, y larga vida a Adán.

Pedro López Martínez dijo...

Un abrazo para todos. La cosa, creo, fue bien, demasiado bien. Me refiero tanto al acto en sí como a la reunión ulterior, entre amigos, para tomarnos las correspondientes jarras de cerveza. Se os echó de menos a quienes de buena gana, lo sé, hubiérais querido estar. Otra vez será. En algún momento creí percibir el espíritu del Poeta, bajo tierra desde hace 51 años. Ahora, pienso, se ha completado de alguna manera el destino ineludible de su destino trunco (ese destino que nos sobrevive), y todos somos actores en el final de esa obra. Salud!